Antes de Boris Karloff, Christopher Lee, las películas de Brendan Fraser y hasta de un desliz de Tom Cruise; a la momia que se le debe rendir culto y tributo es a Popoca, figura teotihuacana nacional que tomó prestada la tradición de las momias egipcias para perpetuarse como guardiana de un gran tesoro azteca codiciado por buenos y malos. En la vieja tradición de filmación rápida, que proponían, por ejemplo, los Estudio América, el director Rafael Portillo filmó la primera película de la trilogía fantástica mexicana de “La momia azteca”.

En ese mismo año del terremoto de 1957, en el todavía completo edificio Plaza de avenida Insurgentes y Reforma, se lleva a cabo un simposio científico de “Regreso a vidas pasadas”. Todo el mundo, encabezado por Luis Aceves Castañeda (“El doctor Krupp”) abuchean la moción del Doctor Almada (el apuesto Ramón Gay) se burlan de él, de su prometida que ha participado en el experimento (Rosita Arenas) y hasta del papá de la susodicha, Jorge Mondragón (que fuera padre en la vida real del “Mondra”). Más tarde, todos se compadecen del doctor Almada y se solidarizan con él, para la realización de su experimento. Hasta este momento nadie sospecha que el ayudante del científico, “El Pinacate”, tiene una doble personalidad: un luchador enmascarado al que apodan “El Ángel” y que no lucha en ninguna arena.

El novio de Rosita Arenas (Dr. Almada) se enfila con sus compañeros en la madrugada y toman rumbo a Teotihuacan, ahí, libre de vigilancia, se meten a husmear a una tumba azteca y alumbrados en la obscuridad por lámparas, descubren el pectoral y el brazalete que indican la ubicación del tesoro azteca. En medio de la profanación a la tumba, se erige la figura musculosa de la momia que resguardaba a los objetos. Menudo susto les pega la de las vendas milenarias, todos salen despavoridos y luego llegan a su casa, comentan lo ocurrido y le entran a bolillos para la bilis.

A esta primera película de “La momia azteca”, que tuvo mucho éxito en los cines de barriada, le siguió inmediatamente “La maldición de la momia azteca” (que ya tenían guardadita), con el mismo elenco completo. El archi diabólico Dr. Krupp se cambia el mote a “El murciélago” y, por supuesto, se escapa de la policía; luego, en una delegación muy parecida a la de Coyoacán, Krupp y sus esbirros (entre ellos el genial Arturo “Villano” Martínez, por poco se escabechan al “Ángel”. “El murciélago” está dispuesto a saquear la tumba azteca custodiada por Popoca; para ello secuestra a Flor (Rosita Arenas) para que lo guíe al sepulcro, aprovechando también se lleva al Doc. Almada y al “Ángel”, al que le quita la máscara y ¡Oh decepción! Es el “Pinacate”.

Como al parecer nadie cuida el complejo de Teotihuacan de noche, “El murciélago” y sus malandros tratan de coaccionar al Dr. Almada para que descifre los jeroglíficos. De pronto, sin que nadie se lo espere, llega la momia Popoca y se desencadena una batalla campal que ni en La México Catedral. Con trucos que remiten a los seriales de los años 50, en el sentido de que nadie sabe lo que realmente está pasando. Termina la película.

Una semana después en el cine Politeama, en donde se regalaron hasta robots humanos de hule, Krupp se juega el todo por el todo y construye un robot (a estas alturas de pena ajena) ensamblado en la vieja “Viana y compañía” que hasta lo presumió en sus vitrinas. Si uno compara el poder musculoso de Popoca y el fierro reforzado del robot, hasta los apostadores de Las Vegas meterían sus dólares a la momia, pero ¡qué se le va a hacer! El cine mexicano fantástico es así. Popoca sufre los embates del robot que lo dejan casi para el arrastre, mientras, literalmente, se desmorona toda la bóveda y ¡sálvese quien pueda! El saldo final del zafarrancho es: Arturo Martínez, desfigurado; Krupp, muerto, y muchos de sus secuaces, lo que es la vida, terminaron trabajando en Teotihuacán.

Se dice en voz baja que la trilogía era la favorita del crítico Emilio García Riera.

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