Los apagones han sido tema de preocupación y atención pública en días recientes. Ayer, el Centro Nacional de Control de Energía (CENACE) anunció otro Estado Operativo de Alerta y explicó que esta situación atípica tiene origen en un desequilibrio de oferta y demanda energética. Vivimos tiempos agudísimamente polarizados y esquizofrénicos en los que cualquier cosa nos suena a sabotaje, montaje o alguna suerte de juego sucio político en plena contienda electoral. Esta suposición se suma a otras de igual o mayor preocupación y calibre, como el agua contaminada en la Ciudad de México e incidentes de violencia hacia candidatas o líderes políticas.

Climas sociales así enfatizan, al menos, dos cosas importantes: el sentimiento ciudadano de ser peones o carne de cañón en estratagemas políticas y lo complejo de gobernar en medio del caos. Primero, más allá de que podamos seguir el hilo de cada historia y entender el origen de estos problemas públicos para determinar si se trata de acciones premeditadas y no errores o accidentes, el hecho de que estas suposiciones cobran relevancia en la conversación pública me hace pensar que asumimos esa vulnerabilidad como ciudadanos. La relación de un individuo con su gobierno ha cambiado con el tiempo, y en muchas democracias se ha transformado incluso en una de consumidor de servicios públicos más que de individuo gobernado, pintando la relación como una de transacción más que política. Sin embargo, las historias que se están contando y desenrollando en México sitúan a la ciudadanía a merced de grupos partidistas que, supuestamente, provocan concienzudamente fallas y problemas para abollar la imagen de sus rivales o para intimidar a sus contendientes.

Sin importar si, en efecto, algunas de estas historias tienen origen en decisiones premeditadas, el nivel de la conversación es así de precario y volátil. En plena campaña electoral, no se trata de mostrar la mejor alternativa sino de descarrilar lo mejor posible la que avanza a un lado. Uno no quiere ponerse siempre pesimista, pero si la mejor estrategia es ponerle el pie al adversario, es difícil pensar que alguien está equivocada al decir que todos son iguales.

Segundo, gobernar nunca es sencillo. Esto es una obviedad mayúscula, pero conviene tenerla como un mantra en espacios sociales como el nuestro. La vida y sus problemas públicos no se detienen para que colguemos esos pedazos de plástico horribles con la cara de una persona y una frase acartonada. Lo he escrito antes en este espacio: el ejercicio de gobernar y su naturaleza política de quién recibe qué cosa tiene un componente temporal importantísimo: cuándo. En un país como el nuestro todo urge, nada parece poder dejarse en el cajón para atenderlo luego, y decidir dónde dirigir atención y recursos nunca es sencillo y pocas veces resultará en una decisión perfecta. El problema es que todos nuestros representantes están demasiado ocupados en hacer ver peor a su rival que en cumplir con el encargo que les conferimos cuando los elegimos a

ellos. En plena temporada de apagones, utilizamos las horas de luz para alumbrar la cara de quien queremos que elijas para los siguientes años.

@elpepesanchez

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