Con la conformación de los equipos de campaña vendrán análisis y discusiones sobre las plataformas de gobierno de las candidatas a la presidencia. En materia de política exterior inevitablemente volverán debates sobre conceptos desgastados y muy manoseados durante los últimos años: doctrina Estrada, la no intervención, solución pacífica de controversias, soberanía, recuperación del liderazgo en América Latina y, por supuesto, política exterior de Estado, la madre de todas las muletillas.

¿Qué es una política exterior de Estado? En principio, es una compartida por todos los componentes del Estado. En otras palabras, los tres poderes, la oposición, la academia, los medios y la población en general. Una política así sería, por tanto, permanente, lo que aseguraría continuidad independientemente de cambios de gobierno. El término se remonta a la era de oro del PRI bajo la premisa de que la política exterior de México era consensual. Y en su momento lo fue, como todas las demás políticas del partido entonces hegemónico. Sin embargo, el consenso sobre las políticas públicas en México comenzó a resquebrajarse con el agotamiento del modelo de sustitución de importaciones y los albores de la apertura democrática. A partir de los 80s, subsecuentes gobiernos del PRI modificaron sus políticas en muchas áreas, en particular en materia económica. La apertura comercial y la transformación estructural de la economía generaron a su vez cambios en otras áreas de la administración pública, incluyendo la política exterior. Como resultado, aunque se repitieran las consignas de siempre, difícilmente se podría argumentar que la política exterior de Salinas o Zedillo era la misma que la de Echeverría.

Pese a ello, a diferencia de la política educativa, económica, medioambiental, energética o de salud, la política exterior siguió siendo considerada como un área excepcional de gobierno, consensual y permanente, pese a no serlo. ¿Porqué? Quizás porque interesa a muy pocos y no es objeto de debate más allá de especialistas. Probablemente porque ha sido muy difícil distinguir de entre las plataformas de política internacional de los candidatos presidenciales, normalmente marginales y llenas de generalidades. Y sobre todo porque los mitos priistas -y la política exterior de Estado es uno de ellos- son muy resilientes.

La alternancia en 2000 trajo continuidad en muchas áreas pero también cambios profundos en algunos ámbitos, incluyendo política exterior, como la apertura al escrutinio internacional, la defensa de la democracia y los derechos humanos y una mayor coordinación con EU y Europa Occidental sobre desafíos o temas globales de interés común. Años después, sin embargo, el presidente López Obrador restauró la política exterior de los 70s, incluyendo un nuevo aislacionismo, una retórica tercermundista, más confrontaciones con EU, una alineación con gobiernos autoritarios y un intervencionismo a la carta. Es decir, una política exterior como la de Echeverría y, por tanto, distinta a la enarbolada por sus antecesores inmediatos.

En otras democracias la política exterior cambia de gobierno a gobierno. Si lo hace en EU, Canadá, Brasil, Chile o España, ¿por qué no lo haría en México?, ¿qué justificaría la excepción mexicana? Si otras políticas públicas cambian en México de gobierno a gobierno, ¿por qué la exterior tendría que ser la excepción, cuando no lo ha sido? Más aún, si los mexicanos eligen una serie de políticas al votar por un candidato u otro, ¿por qué no podrían tener alternativas en política exterior?

Aunque siga siendo materia de especialistas, no estamos en 1970 y México no está aislado del mundo. La interacción del país con el exterior es demasiado importante, incluso determinante para su futuro, como para limitar las plataformas de política exterior a lugares comunes. Los mexicanos optaremos en 2024 entre dos candidatas que ofrecen modelos de convivencia, gobernanza, institucionalidad y desarrollo muy distintos. Sus compromisos de política internacional inevitablemente tendrán que reflejar esas diferencias, que ya han quedado en evidencia sobre cuestiones como el trato a las dictaduras y los autócratas. A juzgar por sus declaraciones, mientras que Claudia Sheinbaum ofrece continuidad, una especie de “segundo piso” del tercermundismo, Xóchitl Gálvez se plantea reinsertar a México en el mundo, tomar posiciones firmes sobre asuntos de relevancia global y cumplir con las obligaciones internacionales del país. En otras palabras, tendremos frente a nosotros dos alternativas de política exterior y no una sola “política exterior de Estado”, como muchos añoran.

Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos

@amb_lomonaco

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