En democracia no hay triunfos absolutos ni mucho menos derrotas definitivas. Se trata de péndulos que, tarde o temprano, van de un extremo al otro. América Latina no ha sido excepción, salvo los casos de Cuba, Nicaragua y Venezuela, dictaduras del hemisferio. El cambio de marea en la región comenzó con la destitución de Castillo en Perú en 2022. Siguió con los triunfos de Noboa y Milei en 2023. Se fortaleció con las reelecciones de Bukele en 2024 y del propio Noboa hace unos meses. Parece haberse consolidado con la enorme derrota de MAS en Bolivia, arrastrado por el inmenso desprestigio de Evo Morales.

¿Qué sigue? Chile celebrará elecciones en noviembre. Colombia y Perú lo harán en 2026. Boric ha sido un ejemplo para la izquierda latinoamericana. Su gestión, sin embargo, ha estado marcada por claroscuros, acumulando victorias lo mismo que errores y fracasos. Aunque la ex comunista Jara disfruta una ligera ventaja en las encuestas, podría ser superada por el derechista Kast en el altamente probable caso de un balotaje. Por su parte, Petro ha encabezado una presidencia desastrosa, plagada de contradicciones, titubeos y escándalos, tanto políticos como personales. La competencia es todavía multitudinaria porque los partidos políticos aún no han elegido a sus respectivos candidatos. Sin embargo, Fajardo (centro) y Dávila (derecha) encabezan los sondeos. En Perú, el desencanto predomina pero los aspirantes de la izquierda permanecen rezagados frente a la eterna candidata de la derecha, Keiko Fujimori, el alcalde de Lima y un humorista. Así, Chile y Colombia se encaminan a una alternancia, mientras que la derecha se consolidaría en Perú. En contraste, Honduras y Brasil, que también tendrán citas con las urnas en los próximos meses, parecerían inclinarse por la continuidad, en el primer caso mediante el triunfo de la candidata oficialista, en el segundo a través de la reelección de Lula, pese a su avanzada edad y a que su gestión no tiene comparación con sus dos primeros períodos.

De continuar las tendencias, el balance electoral de la región sería por la alternancia. Más notable es que de entre los que están optando por un viraje ideológico, seis países se están decantando por la derecha, mientras que solo Uruguay lo habrá hecho en sentido opuesto. Se sumarían a Paraguay y a El Salvador. De confirmarse, la cara ideológica de América Latina se habrá transformado en pocos años: hacia 2026 habrá el doble de gobiernos abiertamente identificados con la derecha que con la izquierda.

La 4T trató de evitarlo. López Obrador intervino en asuntos internos y elecciones en varios de esos países pero de manera más abierta -y contraproducente- en Bolivia, Ecuador y Perú, donde Sheinbaum continua haciéndolo. Fracasó. Por lo pronto, los efectos de la sacudida al tablero ideológico son ya visibles tanto en la región como en México. Por un lado, las decisiones en la OEA fluyen mejor porque hay menos gobiernos abrazando la leyenda del organismo como brazo ejecutor del “imperialismo yanqui”. En contraste, la CELAC, que baila al ritmo que marca Cuba, profundiza su irrelevancia y comienza a erigirse un cerco sanitario en torno a las tres dictaduras. Por otra parte, nuestro país está cada vez más aislado, mientras que Morena tendría que dejar la arrogancia y poner sus barbas a remojar… porque nada es para siempre.

Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos @amb_lomonaco

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