En ajedrez casi todo es relativo. Tanto la teoría como la técnica son guías para la acción, pero sus laberintos y misterios son tan numerosos que se confunden con lo imposible. Por eso tuvo razón el gran maestro Garry Kasparov cuando dijo: “¡El ajedrez es inagotable!

Se han jugado millones de partidas y se han escrito miles de obras, pero hasta ahora no existe fórmula universal ni método que garantice el triunfo”.

Como no hay fórmulas para dilucidar los misterios de la vida. El poeta persa Omar Kheyyam, en su libro Rubaiyat reconoció: “Aprendí y olvidé. Llevaba en mi cerebro en orden mis ideas, cada una en su sitio...

Pero detrás del Velo, algo de ti y de mí se ha dicho. Tú y yo comprenderemos, cuando éste se descorra, que no sabíamos nada, que todo lo ignorábamos”.

Y en torno a la vida dijo: “La vida es un tablero de ajedrez donde el Hado nos mueve cual peones, dando mates con penas.

En cuanto se acaba el juego, nos saca del tablero y nos arroja al cajón de la nada”.

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