En principio de año también parecen imponerse los oráculos. Después de los recuentos incipientemente nostálgicos de la noche de San Silvestre, se suceden los “buenos deseos” y los “propósitos de Año Nuevo”.

En diversos lugares todavía persisten ferias que, durante varios días, celebran el fin de un año y la llegada de otro, según el calendario gregoriano, aunque las campanas señeras que marcan esa medianoche suenan en otro tiempo en Europa y en las Islas Británicas, en Groenlandia y en América, en Times Square, en Manhatan, y en Los Ángeles, en Veracruz y en Buenos Aires.

Entre el carrusel de los caballitos, los desgastados juegos mecánicos, los puestos de dulces: algodones, muéganos, cacahuates garapiñados, gorditas de La Villa; entre la mesa de la lotería, las barracas del tiro al blanco, de la Mujer Araña, que se quedó “así por desobedecer a sus padres”, todavía puede encontrarse el de una adivinadora.

Ciertas historias que pueden parecer legendarias sugieren que se trata de mujeres arcanas, que, detrás de una cortinita, viven de artilugios misteriosos, de yerbas milagrosas, de ajos, de incienso y sahumerios. Entre esos artilugios, la bola de cristal no resulta el menos revelador, pero también recurren a las cartas, el café, a la lectura de la mano para adivinar el pasado y predecir el futuro de perplejos y curiosos temerosos de su destino. Con frecuencia son gitanas no siempre avejentadas, cuyas sentencias pueden interpretarse como una amenaza.

En ciudades que cada vez se asemejan menos a ellas mismas, apenas subsisten estudios como el del profesor Jaime Karín, el personaje de En la palma de tu mano, el film de Roberto Gavaldón con argumento de Luis Spota, quienes escribieron el guión con José Revueltas, el cual estaba en la calle García Lorca, desaparecida en el terremoto de 1985, en el centro de lo que era el Distrito Federal, en el que en una decoración de signos, geometrías, esculturas intimidatoriamente misteriosos practicaba la estafa astrológica, el ocultismo, las artes psíquicas, el chantaje, la seducción. Algunos oficiosos sobreviven en cafés inverosímiles por medio de la lectura obviamente del café, del Tarot, de las líneas de la mano...

El “tratado ò fermocinación de los Astros: la facultad que discurre y trata de las influencias y predicción de lo venidero”; define el Diccionario de Autoridades a la Astrología. “Divídese en dos partes: la que solo se emplea en el conocimiento de las influencias celestes para observaciones de cosas naturales: como cortar la madera en ciertas lunas para que no se carcoma, y otras cosas semejantes, tiene el nombre de Astrología natural, y es lícito usar de ella: la que quiere elevarse a la adivinación de los casos futuros y fortuitos se llama Astrología judiciaria, y ella en todo ò la mayor parte es incierta, ilícita, vana y supersticiosa. Es voz Griega”.

La astrología judiciaria ha derivado en un género literario que, según Manuel María Pérez, Leonardo da Vinci y Rabelais, “al parecer cultivaron (...) con buen instinto poético”. En 1718, Diego de Torres Villarroel, conocido como Gran Piscator de Salamanca, publicó Ramillete de astros, el primero de los almanaques que lo harían popularmente célebre y adinerado. En el de 1742 advertía al lector: “Dios te perdone los desatinos que me has hecho escribir”.

Aunque en 1726 el protomédico Martín Martínez imprimió Juicio Final de la Astrología, no se requiere mayor suspicacia para percatarse que ese género peculiar mantiene su popularidad lucrativamente.

Un presagio puede infundir temor. Hay quien conjetura que los presagios se cumplen porque se cree en ellos y, por eso, terminan determinando a quienes creen en ellos, que terminan comportándose conforme a esa predicción. Los antiguos griegos, se sabe, acostumbraban acudir a esos lugares sagrados que eran los oráculos, donde sacerdotes respondían enigmáticamente a incertidumbres venideras. Algunos, como Edipo, según la tragedia de Sófocles, intentaban rehuir al destino que se adivinaba en él, sin comprender que su evasión era parte de su destino, como el joven jardinero persa, escribió Jean Cocteau, que le pide a su príncipe que “quisiera estar en Ispahan” porque esa mañana se había encontrado a la muerte. “El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe se encuentra a la muerte y le pregunta:

“-Esta mañana ¿por qué has hechos a nuestro jardinero un gesto de amenaza?

“-No era un gesto de amenaza –le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahan esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahan”.

Feliz año 2024...

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