En 1922, Franz Blei publicó Das grosse Bestiarium der deutschen Literatur (El gran bestiario de la literatura alemana), en el que, escribió, en traducción de Anja Gundelach, “he intentado nuevamente, sin dejarme asustar por los precursores múltiples, dar una descripción corta, plástica y precisa de los animales vivos de la región de habla alemana que Dios Nuestro Señor puso a su gusto a la luz del mundo de los libros”. Se trata de una zoología que describe a muchos de los animales literarios de entonces como el Kafka, el Musil, el Altenberg, el Fackelkraus, el Meyrink, el Hesse, el Hoffmansthal, el Blei. “Renuncié”, confesaba no sin ironía, “como se puede notar, a toda crítica de las bestias. Hay que aceptarlas como Dios las creó”. Reincido en ese género literario ensayado por Franz Blei.

De Zaid sólo se conoce su rastro. Algunos presumen haberlo visto, pero su forma parece un enigma. Su rastro, en cambio, es fácilmente reconocible, aunque resulta muy variado: se le puede hallar en el aire, en el agua, en la tierra, en el fuego, por lo que algunos infieren que se trata de un anfibio que puede volar con atributos de Salamandra.

No sólo por su laboriosidad, rigor, naturaleza comunitaria, como las hormigas y las abejas, hay quien conjetura que se trata de un insecto difícil de avistar. Aunque no se oculta, su vivacidad lo induce a indagar en la geografía posible, entre los seres que la habitan y la animan. Su rastro también es diverso. Se asegura que sus indicios más antiguos se encuentran entre las montañas de Nuevo León, pero que es profuso en el Valle de Anáhuac, aunque puede identificarse en lugares distantes. Se cree que algo de ese rastro es como un panal inagotable.

A pesar de que se le reconoce como ingeniero imaginativo, parece que comprende que la inteligencia puede adoptar la forma del juego y que el juego puede propiciar la inteligencia.

Es luminoso y vivaz y se sospecha que puede estar hecho de tinta y papel; que pertenece a la “república fantasmal de la imprenta”. Se alimenta de palabras, a las que cultiva y examina con curiosidad lúdica, de impresos, de periódicos, de revistas, de libros, a los que a su vez alimenta, contribuyendo a que vivan.

Cree fervorosamente en el diálogo. Su canto es diáfano y sencillo; no resulta monótono y puede considerarse polifónico. Busca que otros se apropien de su canto y lo recreen como el busca y recrea el canto de otros: de la India, del desierto que habitan apaches, de la Sierra de los Cucapás, en el Valle de Mexicali, de la Sierra Tarahumara. No se trata de hurtos vanidosos, sino de ensayos de creaciones colectivas que van conjuntándose. Existen indicios que una de esas creaciones colectivas, lúdicas, ha convergido en el Apartado M8534 del Palacio Postal de lo que era el Distrito Federal.

A pesar de ser práctico, su libre albedrío se manifiesta también naturalmente en un gozoso sentimiento religioso, sin afectaciones. Sabe que la fe no prescinde de la razón y puede propiciar hallazgos felices en el simple universo.

Hay quien sostiene que no existe, pero dicen que tiene 90 años.

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