¿Cómo es el relato de la salud personal? ¿Es un cuento que narran los médicos, la ciencia, los especialistas, las instituciones de salud pública, o es un relato subjetivo en cuyas páginas el enfermo sufre de una experiencia que nadie más que él puede conocer o situar del todo? Este enfermo sabe que algo no funciona consigo, no porque se lo digan otras personas, sino porque experimenta el mal y lo reconoce. O lo sospecha. Uno es un cuerpo de características compartidas, sí, pero también es una conciencia y un ser cuya circunstancia o entorno social y mental es irrepetible. Lo contrario sería inhumano: creer que todos debemos administrar una enfermedad de la misma manera. Creer a ciegas en una ciencia positivista, causal o determinista, y en el concepto de una inteligencia que puede ser medida, es un residuo de la ilustración enciclopedista del siglo XVIII. Es evidente que la salud como concepto de perfección no existe (la salud es el silencio del cuerpo, el vacío, la vuelta a la nada, el olvido de uno mismo). “El hecho de que el sometimiento a la autoridad del médico se torne difícil puede ser el testimonio de un cierto grado de inteligencia”, escribió Hans-Goerg Gadamer, en El estado oculto de la salud (Gedisa; 2001). Si la reflexión y la conciencia de uno mismo son formas elevadas de libertad, ¿por qué permitir la intromisión absoluta de las instancias públicas en la vida personal? ¿No se pierde con ello cierta autonomía y salud? Sería certero, cuando la enfermedad amenaza, buscar un equilibrio entre lo común y lo propio, entre el cuerpo máquina y la experiencia subjetiva, entre la información pertinente y la defensa de la autonomía de una persona respecto a su relación con la sociedad. Complejidad y sencillez podrían ser conceptos muy similares cuando son mirados por una capacidad comprensiva, es decir cuando al hacer más compleja nuestra visión del mundo obtenemos soluciones más sencillas a los problemas que se van presentando. No somos máquinas, lo somos sólo en ciertos aspectos; los conceptos, ideas o mirada de una persona afectada por determinada enfermedad suelen ser distintos a los de otra que no padece el mismo mal. Cada quien se preocupa de sí mismo y dibuja el mundo que lo afecta con un estilo propio. “Cuando una mujer se peina acomoda el mundo a su manera”. (Si mal no recuerdo leí esta frase en una novela de Luis Arturo Ramos).

Por otra parte, la comunicación excesiva y desligada de meditación o reflexión provoca que el miedo a un virus o a una pandemia se extienda de manera simbólica y obsesiva en la aldea global (en la actualidad hasta un animador de televisión nos dice qué y cómo debemos sentir). El virus se hace viral en las redes y medios; esto quiere decir que se banaliza a partir de un terror desmesurado y de una prevención maniaca que hace patente la ausencia de autonomía reflexiva y razonada de los individuos que ya no lo son más, puesto que parecen haber mutado su ser propio en un ser común tecnificado y manipulado. La mayor parte de las noticias respecto al virus de actualidad tienen que ver más con el temor al contagio y la propagación del virus que con una información adecuada y, sobre todo, criticada y comparada con otros males que aquejan a las mismas sociedades. Las sociedades infantiles en las que habitamos corren espantadas ante la mención del diablo o de las brujas malvadas. El escepticismo inteligente puede ser un antídoto a los virus de la histérica aldea global.

En México, por ejemplo —donde este virus prácticamente no existe, ni ha causado daño alguno—, los crímenes cometidos a diario en su territorio son una especie de epidemia inmoral que ha quebrado la salud mental de su población. El miedo a que nos roben o maten trastorna nuestra tranquilidad sicológica. Ante un fenómeno de tal proporción, ¿qué puede significar el amago de este virus debutante? Mi amigo, el biólogo Joaquín Giménez (fundador de la Unidad de Informática para la Biodiversidad en la UNAM), me ha hecho notar que a raíz del cierre de actividad productiva, las emisiones contaminantes disminuirán y lo que no habían logrado todos los protocolos internacionales para proteger el medio ambiente lo logrará este virus de actualidad, cuyo rango de muertes por contagio es poco destacable (alrededor de 3.5 % de los afectados) comparado, por ejemplo, con el SARS (9.6%), y el MERS (34%). Decesos que se dan principalmente en las personas de mayor edad y víctimas de otras enfermedades (cardiovasculares; respiratorias; diabetes; hipertensión; cáncer). Los menores de 10 años, no corren peligro de muerte alguno (su tasa de mortalidad por el virus actual es cero) y el país más afectado por este virus, China, ha controlado ya su propagación (https://www.worldometers.info/coronavirus/). Bienvenidos a la época de los virus virales.

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