Hay cosas que desaparecen ante nuestra mirada sin que nos percatemos o, peor aún, sin que las queramos ver. Adam Przeworski (AP) lo hace notar en un libro reciente: Crises of Democracy, (Cambridge, 2019). Lo que sigue no es una reseña “objetiva” sino una reflexión interesada, fundada en sus consideraciones. AP se apega a una definición minimalista de la democracia, a saber, que ésta se circunscribe a la presencia de elecciones (periódicas, libres y competitivas) mediante las cuales los ciudadanos pueden cambiar de gobernantes. En este libro reitera su postura contra la literatura que alega que la democracia incluye en su definición otras instituciones además de la electoral. Pero hay un punto de convergencia: reconoce que la solidez de esas “otras” instituciones es decisiva para que el mínimo democrático no desaparezca. Los populismos debilitan la democracia a través de la demolición de esas “otras” instituciones: el parlamento, el poder judicial, las instituciones autónomas, la libertad de prensa, los derechos y libertades civiles, el estado de derecho, la desigualdad extrema, la represión de los opositores, etc., pues tienen por objetivo limitar la libertad de los ciudadanos para cambiar de gobierno en la siguiente elección.

Cada una de estas instituciones y otras más suelen ser presa de quienes buscan perpetuarse en el poder. No intentan de inmediato suprimir las elecciones, pero sí debilitar las condiciones que las hacen posibles: que los ciudadanos pierdan derechos, que la oposición pierda legitimidad y voz, que la prensa no critique, que el poder judicial y el Congreso se alineen con el ejecutivo que comanda el jefe supremo. Buscan mantenerse en el poder evitando la formación de alternativas que los puedan sustituir, porque saben que no pueden ser mayoría indefinidamente. Este fenómeno hace estragos en muchos países y México no es la excepción.

Pareciera que nada de lo que ha hecho el gobierno de AMLO o sus aliados puede calificarse de atentatorio de las elecciones periódicas. Funcionarios, seguidores y simpatizantes seguirán afirmando que la democracia se mantiene sin cortapisas. Pero a la vez hacen avanzar los procesos de reforma o de simple avasallamiento que debilitan las “otras” instituciones. Nombremos las más recientes: el “bonillazo” en Baja California, la revocación de mandato, la reforma electoral que se cuece en el Congreso para debilitar al INE y reducir la representación proporcional, la militarización de la seguridad, la descalificación de la prensa y las instituciones autónomas, la concentración de poder en el presidente y la deliberada falta de transparencia y de sujeción a derecho del ejecutivo. Y la más reciente, el nombramiento de la señora Piedra en la CNDH. Todo hecho sin apertura al debate y la deliberación.

Las estrategias para el retroceso democrático desmontan poco a poco las instituciones políticas para alinearlas en favor de quien gobierna y sin que cada acto por sí solo sea catastrófico. Sin embargo, cuando se miran en conjunto, esas alteraciones contribuyen a que las opciones y medios de formar alternativas disminuyan, a que el clima público se enrarezca y enerve, a que la legitimidad de los adversarios disminuya y se exhiba como amenaza. Y qué mejor si el entorno institucional es satanizado para que el resentimiento y el odio se vuelquen contra él y los seguidores jubilosos aplaudan la destrucción.

Como ocurre en otros países (Venezuela, Turquía, Polonia, Hungría, Bolivia, Nicaragua), este embate no ha sido contrarrestado por los más afectados: los ciudadanos. Nadie está preparado para resistir y contrarrestar los excesos despóticos cuando los que los cometen juraron ajustarse a la Constitución y las leyes, pero que a cada paso que dan y palabra que pronuncian conculcan su espíritu y su letra. Por ese camino, en vez de transformar las instituciones para fortalecer el Estado y promover una sociedad justa las va corrompiendo aún más hasta conseguir que el ejercicio más elemental de la democracia, el sufragio, pierda relevancia pues ya no habría nadie por quién votar, sólo por ellos o sus reencarnaciones. Y estas estrategias del deterioro democrático se hacen en nombre de una sociedad mejor, contra lo que enseña la historia: no hay mejor justicia en la degradación de la política.



Académico de la UNAM.
@ pacovaldesu

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