¿A quién hemos aprendido a ver como alguien serio?, ¿qué actividades y profesiones nos han enseñado a considerar serias?, ¿cuándo somos tomados en serio por los demás?, ¿es necesario ponerse saco y corbata, traje sastre, un atuendo laboral apropiado?, ¿o con unos shorts, una camiseta y tenis, con unos pantalones rotos y el cabello desteñido, podemos ser respetados?

Afortunadamente, el mundo ha evolucionado gracias a personajes revolucionarios, y hoy la percepción de las personas y las cosas es un poco distinta. Ya no es estrictamente necesario trabajar en una oficina, tener un título de abogado, contador o arquitecto para ser enaltecido. En la actualidad, un animador de cine desaliñado, un tatuador o un futbolista sin estudios, son capaces no sólo de atraer más miradas, sino de causar mayor admiración que el empresario más impoluto.

Todo empieza en la manera como nos vemos nosotros mismos, en el modo en que nos proyectamos y en la medida que nos tomamos en serio.

Más allá de lo que reza el dicho, para ser no basta con simplemente parecer, hay que sentirlo, hacerlo y hasta ponerlo por escrito.

Recientemente, conocí la historia de un extraordinario corredor que entrena en la misma pista a la que yo acudo un par de veces a la semana —por el simple gusto— desde hace años. Sus padres tienen tiendas de ropa y, como sonaría normal, esperaban que él estudiara algo relacionado con los textiles o la administración.

Y así lo hizo, aunque —en el fondo— aspiraba ser corredor y competir un día en los Juegos Olímpicos.

Varias veces externó a su familia su deseo de dedicarse al atletismo, pero ellos se reían y le decían que eso más bien era un pasatiempo.

Incluso, él mismo —por la inseguridad y la vergüenza— llegaba a sonreír cuando se atrevía a decírselos, como si lejos de ser la gran verdad de su vida, se tratara de una ocurrencia.

Sin embargo, el hartazgo lo alcanzó y, a los 21 años de edad, el día que le tocaba renovar su pasaporte, en la forma donde hay que completar los datos personales, vio la oportunidad de declararle al mundo quién realmente era.

La casilla correspondiente a la profesión, la rellenó así: Corredor (atleta).

En México, el escenario nunca ha sido sencillo para la gente disruptiva. Tampoco en las familias se acepta con facilidad que los hijos rompan las tradiciones.

Y mucho menos los negocios. Los atletas, parecido que los artistas, nunca la han tenido fácil.

No nos limitemos a decir que ojalá las cosas cambien; tomémonos en serio y cambiémoslas.

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