Quién no se ha sentido león enjaulado, aunque sea un instante, en la pandemia. De la desesperación, el aburrimiento y los nervios crispados, todos nos hemos convertido en fiera en algún momento.

Yo podría hibernar como un oso y no salir de mis terruños —en un año— ni a la esquina, pero la vida está allá afuera (aunque más bien esté adentro).

Hemos sido mansos también, nostálgicos, reflexivos, escandalosos, efusivos, amorosos. Nadie se salva de los cambios en esta época metamórfica.

Somos camaleónicos, como David Robert Jones , mejor conocido como David Bowie , quien —a los 15 años de edad— en una pelea con un amigo sufrió una lesión en uno de sus ojos y —desde entonces— pareciera tenerlos de colores distintos, como muchos perros husky y pastores ovejeros.

La semana pasada salí a correr a los Viveros de Coyoacán (últimamente casi solo voy ahí) y me puse una playlist con puras canciones suyas. Cuando sonaba “Life on Mars?” pasé por esa especie de solar de grava roja que está justo en el centro del terreno, y vi una escena que me atrajo: un niño torero que, con el ceño fruncido, los labios apretados y sendos derechazos, practicaba con un animal imaginario que yo mismo alcancé a ver embestir al son de su muleta.

El pequeño me recordó a Michelito, aquel niño mexicano que a los 11 años de edad —por ahí de 2009— ya figuraba en carteles no sólo de México, sino en plazas de España y Francia.

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Traté de ser discreto para no distraerlo, así que continué mi camino hasta topar con la pista y enseguida regresé por otro sendero para contemplar aquello otra vez.

Conforme me acercaba, una mujer —que minutos antes observaba al chico con detenimiento desde una banca— le intercambió la muleta por un capote de tela interior azul, muy llamativo.

Supuse que sería su madre, más cuando tomó los cuernos de práctica entre sus manos y los centró sobre su cabeza para encorvarse y acometer contra su pequeño diestro.

La escuché mugir y expulsar el aire con fiereza antes de atacar de nuevo la capa, inmersa por completo en el ritual, transformada en un toro de lidia, en un ejemplar bravo frente a un torero.

Es difícil de explicar, pero me emocioné. “Podemos convertirnos en lo que queramos”, me dije, y pensé en tantas peculiares imágenes que han saltado a nuestros ojos durante la pandemia: desde corredores convertidos en hámsters dando vueltas alrededor de sus azoteas, hasta formas de animales que nos ha dado por descubrir en las nubes.

Dicen que Bowie no fue un niño genio, pero cuentan —que desde su infancia— destacó por ser valiente y atrevido. En su música incorporó la actuación, donde encontró el modo de evolucionar y cambiar de piel.

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