Participo poco en el grupo de WhatsApp de mis amigos de la escuela (y hasta en el de mi familia). La mayoría, nos conocemos desde los cinco años de edad, cuando entramos a preprimaria, hace unos 40. Otros llegaron después, ya avanzada la primaria, o en secundaria.

De un tiempo para acá, el chat ha servido —además de para distraernos de nuestras similares rutinas— para avisar de la muerte de los padres de algunos. No soy muy dado a reír a través del teclado (ja, ja, ja), la risa es espontánea o no es. Tampoco me parece que dar el pésame a través de una ventana del móvil sea el modo más sincero y, ni qué decir, cercano. Pero así es esto, los tiempos y las maneras han cambiado; solamente algunos convencionales nos resistimos.

El caso es que ayer fuimos avisados de que el papá de Manuel acababa de fallecer. Manuel es de los que entraron desde los cinco al colegio y terminaron preparatoria ahí mismo. Toda una vida, como yo. Varios años nos tocó en el mismo salón, aunque nunca fuimos del mismo grupo de amigos. Sin embargo, el aprecio existe, el vínculo que crearon tantas similitudes, tantos días de entrar y salir por la misma puerta, de vestir el mismo uniforme, de cantar los lunes el Himno en el patio y, por supuesto, el futbol.

Ambos estábamos en la selección. Si la memoria no me finta, él era defensa. A mí me ponían de medio derecho y a veces de delantero. Todos los sábados teníamos partidos y, las noches previas, yo tenía esta pesadilla recurrente de que la fallaba solo frente a la portería. A veces, nos tocaba ir a jugar lejísimos y, de algo que me acuerdo bien, es que ahí siempre estaba su papá: Manolo, para sus amigos.

Mi papá no iba mucho, a mí casi siempre me llevaba mi madre, y me echaba porras. Pero Manolo invariablemente estaba ahí. Él no echaba porras, él se paraba apenas afuera de la línea de juego y nos gritaba a todos: “¡Germán, no la juegues en el área!”; “¡Piñeirúa, que no pase esa bola!”; “¡Koloffon, cámbiala ya!”.

Un partido que no estaba de ánimos le hice ojos de pistola para que ya no me gritara. Y funcionó... Aquel sábado, porque al siguiente volvió a gritar varias veces mi apellido (ja, ja, ja). Supongo que por eso me conmovió su muerte y que, al recordarlo, me surgió una nostálgica son- risa, pues —al enterarme— la memoria me hizo revivir esos momentos de la infancia: La escuela, los amigos, la pelota, los papás que siempre estaban y que hoy ya no están.

Que descanse en paz Manolo Garbajosa, el papá que fue a todos los partidos.

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