No sé si tenga mucho que ver, pero cada que veo a Novak Djokovic sumar otro Grand Slam a su palmarés, automáticamente brota en mi cabeza esa frase que reza: “No es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita”.

Quizá esté mezclando temas, pero una sensación precisamente así surge en mi cabeza.

Por lo menos para mí, no importa cuántos títulos le saque de ventaja, el más grande de todos los tiempos será Su Majestad, Sir Roger Federer.

Ni siquiera el mismo Rafael Nadal, quien también lo aventaja ya por dos y asimismo me cae muy bien, será tan magnánimo como el suizo.

Claro que reconozco y admiro la grandilocuencia de Nole, cuya maestría, temple, condición física, poder mental y disciplina, superan a cualquiera, incluso en tres sets. Sin embargo, en mi opinión, y sobre todo en mi sentir, el tenista más admirado de todos los tiempos siempre será ese simpático Roger Federer, carismático y sencillo.

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Las personas no solemos ser recordadas por nuestras posesiones, sino por lo que provocamos en los demás.

Para permanecer en la memoria de la gente, hace falta mucho más que bienes, propiedades, premios, cantidades o números; se necesita causar una emoción, detonar un sentimiento, una alegría, que cuando propios y extraños nos miren, se sientan no sólo parecidos, sino identificados.

Novak Djokovic llegó este fin de semana a 24 títulos de Grand Slam, tras adjudicarse el Abierto de Estados Unidos, pero también sumó otro torneo de polémicas luego de ridiculizar a Ben Shelton en la semifinal.

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Primero, en pleno partido, con una seña con la que le daba a entender que no tenía la mínima posibilidad de superarlo (a pesar de que, por unos instantes, lo puso en aprietos) y, al último, tras imitar la colgada del teléfono con la que el joven estadounidense celebraba al despachar a sus rivales.

No hace falta ser engreído para ser el número uno y, mucho menos, el más grande de todos los tiempos.

Los más millonarios no siempre son los más ricos, así como tampoco los más exitosos son quienes necesariamente presumen sus victorias.

A mi parecer, lo que convierte a un hombre en ídolo es su encanto de no pretender serlo. Y eso me transmite a mí Roger Federer, el más grande de todos los tiempos.

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