Si no se vieran ligas tan nítidas del crimen organizado con el partido en el poder, se podría interpretar a la violencia política actual como un signo alarmante de ingobernabilidad.

Pero no. Se trata también e una terrible e inmoral estrategia de inhibición del voto.

Por un lado, Morena no quiere que la gente salga a votar. Por otro, las ejecuciones mandan un mensaje de horror: el crimen quiere seguir avanzando en el control territorial de la República.

Han sido ejecutados 37 candidatos o, en su momento, aspirantes a serlo, de noviembre a la fecha.

Los más recientes: un alcalde en funciones tamaulipeco y un candidato en Oaxaca. El domingo, un sicario sujetó en un mitin a Mario Riestra, candidato a alcalde de Puebla Capital por la Coalición Fuerza y Corazón por México y, fingiendo querer una foto, le dijo dos veces al oído:

—Tu cabeza vale 15 mil pesos.

El propio domingo, un comando armado detuvo el convoy de la candidata de Morena Claudia Sheinbaum en Chiapas.

El presidente dijo que esto fue un montaje. De serlo, tendría que ser de Morena. Nadie puede pensar que alguien de la oposición tenga los alcances para hacer algo así con la protección de la candidata oficial, en un estado gobernado por Morena.

Si fue un montaje mal. Si no lo fue, mucho peor.

El país se desliza a un drama desconocido: la colusión entre el poder del estado y el poder del crimen. Una mezcla similar a la que ha ocurrido de manera clarísima en Venezuela. Antes ocurrió en Cuba (Arnaldo Ochoa) y también en Panamá con Noriega.

La pulsión autoritaria del régimen se acelera: mutilan el amparo, dan al presidente un poder ilimitado de amnistía, aumentan la prisión preventiva oficiosa.

La única posibilidad de escapar de esta trampa mortal es mediante una participación masiva histórica en las elecciones.

En 1994, México se tambaleaba. Meses antes de ese año habían ejecutado al Cardenal Posadas Ocampo. Había aparecido el EZLN. Actos de terrorismo en la Capital. El magnicidio de Colosio. El sentido de urgencia ante la posibilidad de perder al país para siempre detonó una participación de 78%. La más alta en la historia: 15% por encima del promedio.

Estamos ante una situación similar.

Se le apuesta al miedo, como hace meses ocurrió en Ecuador. La respuesta de la sociedad fue ejemplar: Salió a votar más del 80%, pese a la ejecución previa de un candidato presidencial.

Las balas se combaten con votos.

No hay poder que contenga un tsunami ciudadano afanoso de libertad, democracia y estado de derecho.

La situación nacional es tan crítica que no hay espacio para el miedo o la cobardía. Hay que jugarse la boca, la pluma y las suelas.

El muro de Berlín parecía eterno y lo derrumbaron miles de personas que ansiaban libertad, en solo una noche. Todo el bloque comunista, con la excepción de Rumania, se colapsó sin violencia.

Las mujeres y hombres libres pueden siempre más que la armadura autoritaria.

Es nuestro momento.

¿Qué candidata se beneficiará de una participación masiva? No lo sé.

Si sé quien ganará: la democracia y la sociedad.

Que así sea.

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