“No me puedo perder eso, invítame a ver a Romario”, me dijo , tan curioso —como miles de personas— por un extraño anuncio que daba uno de los mejores futbolistas.

En 2006, a sus 40 años, Romario fichó con el recién inaugurado Miami FC de la United Soccer League, en Estados Unidos. Su objetivo era llegar a los mil goles en su longeva carrera.

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Fuimos a ver al Baixinho, una de esas noches de verano, al muy austero estadio Tropical Park de Miami, ante no más de mil personas. Ernesto, tan interesado en la nota como en los extraños fenómenos sociales, no perdía detalle y su impresión se basaba en la incredulidad de ver a un campeón del mundo jugar en un escenario casi amateur.

Conocí a Ernesto en 1995, cuando fui invitado a colaborar en un Consejo Consultivo del periódico Reforma. Meses después, me abrió un espacio para escribir una columna semanal, con absoluta libertad en el tema y la redacción, misma que se extendió en su publicación hasta finales de 2022. Ernesto era tan exigente como meticuloso, sarcástico y jodedor, pero siempre sincero. Felicitaba a su gente sin remarcarlo tanto y regañaba sin llegar a lastimar. Ernesto era un líder en su justa medida. Fue líder desde muy joven y hasta su último día. Puso el ejemplo con los retos que nunca esquivó y, de esa manera, un buen día decidió aceptar la invitación de Carlos Martínez para dejar el periódico, que dominaba con los ojos cerrados, para incursionar en la televisión de cable en Fox, también como jefe. Quienes lo conocían, sabían que el Güero daría resultados inmediatos, pese a ejercer y aprender al mismo tiempo.

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“Ernesto entendió que para ganar se necesita de todos y a todos les dio el lugar que merecían... Él, en cambio, siempre trabajó tras bambalinas”, publicó Fox Sports, al darse a conocer su muerte.

Ernesto me hizo saber, desde el principio, que con él nadie acepta invitaciones a comer o regalitos, si se trata de reuniones de trabajo. Me enseñó que el mejor libro de moral es la conciencia y que en ella radica la evaluación de cada acción que realizamos.

Aficionado sufrido de Cruz Azul, bebedor discreto (y medido) de cubas en momentos válidos, planeador del siguiente fideo seco en El Candelero y amigo al pendiente de la siguiente novedad. Se encargaba de estar presente, sin importar la carga de trabajo.

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Un mal día de pandemia se descubrió el cáncer, que pasaría a ser su última batalla por más de tres años. A partir de ahí, no lo pude ver. Durante todo el 21 de febrero, día de su fallecimiento, leí publicaciones de quienes tuvieron el placer de conocerlo. Todas, sin excepción, reflejaron agradecimiento, pero también la validación, dedicación, capacidad, sensibilidad y enorme calidad humana del “Jefe”. Se necesita ser diferente para ganarse tantas muestras y expresiones de reconocimiento y cariño.

Fue hasta 2007, jugando para Vasco Da Gama y de penalti, que Romario consiguió su gol mil. Nos comunicamos Ernesto y yo cuando llegó la fecha. “Ni aunque me invites a Brasil, quiero volver a ver un futbolista en su post última actuación”, me dijo, con su franqueza e ironía que le caracterizaban. Hasta siempre, Jefe.

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