Los seguidores de Donald Trump esperaban que el 20 de enero fuese el día del Juicio Final . El presidente iba a revelar, según decían las profecías de Q –un usuario anónimo de la red social 8kun, antes 8chan–, la conspiración más grande de todos los tiempos: todos los políticos del partido Demócrata, incluido Joe Biden, quien supuestamente asumiría la presidencia ese día, serían escoltados a prisiones de máxima seguridad. Los demócratas, según los seguidores del movimiento QAnon, eran responsables de abuso sexual de menores e incluso de canibalismo. Todos integrantes de lo que se conoce como el “deep state”, o el “Estado profundo”, que controla la política del país y del mundo.

La inauguración llegó y Trump no hizo nada de lo que esperaban los miembros QAnon. Se subió al Air Force One y tomó rumbo a su residencia privada en Florida. Nada de arrestos, nada de mensajes. Nada de sobresaltos.

El Juicio Final nunca llegó.

Para algunos seguidores de Q, la verdad cayó como un yunque de los Loony Tunes: el “deep state” era sólo una fantasía; el tiempo que habían pasado en internet, obsesionados con las “Q Drops”, o los mensajes cifrados de Q que detallaban el plan maestro de Trump, había sido una absoluta pérdida de tiempo. Su religión era un fraude.

Pero para otros no. En alguno de esos foros de 8kun llegó a circular un meme que hacía alusión a la película de Contracara (“Face/Off”, 1997), en la cual Nicolas Cage encarnaba a un policía y John Travolta a un criminal. Tras una complicada cirugía estética, ambos personajes cambiaban de rostro y asumían la personalidad del otro. Algo así llegaron a especular los QAnon más fervientes: tal vez Trump era Biden, quizás por eso Biden no se veía tan natural y replicaba algunos de los gestos de su antecesor. Era obvio.

Y en ésas siguen los creyentes de QAnon: bajo la idea de que el Juicio Final llegará, sólo quizás un poco más tarde. También siguen impulsando la mentira de que hubo un fraude generalizado en la elección; lo único que los ha detenido han sido la amenaza legal de las compañías dueñas de las máquinas para votar, las señaladas por los fanáticos de Q. Desde el 20 de enero, el riesgo de ser demandado y caer en bancarrota es lo único que ha evitado la proliferación masiva de estas teorías en televisión. Pero la creencia se mantiene en las redes.

No han sido pocos los estadunidenses que han contado sus experiencias con familiares o amigos que han caído en las redes de Q. Hermanos que ya no se hablan, padres e hijos que han cortado toda relación. Amigos de la infancia con los que ahora no se puede dialogar. La conspiración de Q, a la cual Buzzfeed llama una “collective delusion”, o un “engaño colectivo”, ha modificado los núcleos sociales de muchas personas para mal. Imposible saber al día de hoy si algún día podrán repararse.

En México, todavía, no tenemos algo parecido a Q, o al menos no algo que condense este tipo de creencias. Hay terraplanistas con millones de seguidores en Youtube y hay conspirólogos políticos que esparcen su mensaje en redes a miles de personas. Y hay, como siempre ha habido en este país, antisemitismo rampante. Antes velado, ahora más y más abierto.

Cada una de estas teorías de conspiración existe en un canal separado hasta hoy. Pero no falta mucho, dada la importancia que han adquirido las redes sociales en nuestra discusión pública, para que alguien aglutine todas estas fobias. Hay un caldo de cultivo al que no se le está poniendo mucha atención.

Quien diga que el surgimiento de un Q mexicano es imposible haría bien en leer la transcripción de la conferencia de prensa matutina de ayer. Basta resaltar una pregunta: “Algunos señalan que [la vacuna] tiene contenido de fetos humanos, es decir, de embrión del aborto… ¿Qué sabe usted de eso?”.

Avisados estamos.

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