Todo aquel que haya crecido en la década de los 90 recordará los tazos: unas fichas en forma de círculo con imágenes de personajes de caricatura. Los más populares en esos tiempos tenían la imagen de los Tiny Toons, la versión más infantil de los dibujos animados de Bugs Bunny y compañía.

Los tazos se apostaban, se negociaban, se jugaban, se regalaban. Eran la moneda de cambio con la cual se realizaban las transacciones en los recesos escolares.

Venga a cuento este pequeño viaje al pasado por algo que ha sucedido durante las últimas semanas: la patética carrera entre el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y Partido del Trabajo (PT) por hacerse de la presidencia de la Cámara de Diputados.

Por estas fechas ha sido común escuchar al diputado Fernández Noroña presumir cómo su bancada suma integrantes a puños abiertos. Tres, cuatro, hasta seis. En el mejor de los casos a través de negociaciones que pocos conocen, en el peor a través de acciones poco amables, según acusó el Partido Encuentro Social en algún momento.

Pequeño paréntesis: el PT sigue vivo por una triquiñuela legal de 2015, cuando no obtuvo la votación necesaria para refrendar su existencia. Encuentro Social técnicamente no existe, pues tampoco rebasó el umbral de votos en la elección más reciente. Sin embargo ambos siguen comportándose como partidos y actuando como si representaran algo, cuando la correcta interpretación de la ley debió dar al traste con las dos organizaciones.

De regreso al tema: el punto de la rebatinga de los diputados era que el PT se convirtiese en tercera fuerza de la Cámara, y con ello se quedara con el puesto más importante del último año de esta legislatura. No sólo por lo que representa, sino por un factor crucial: quien tenga la Cámara lleva la discusión presupuestaria que se realizará en los próximos días. En un entorno de crisis económica, en el cual México enfrenta su peor escenario desde 1932 –según el propio secretario de Hacienda–, la repartición del dinero es en particular importante. El poco que haya se lo arrebatarán entre los partidos, y cada uno quiere garantizar la tajada más grande.

Y para eso se realizan todo tipo de indignidades. El PT, por ejemplo, recogió en sus filas a quienes no podía ver ni en pintura el sexenio anterior. A Mauricio Toledo, por ejemplo, Noroña le escribió un texto en 2018 en el cual empezó llamándolo “monstruo”, para después rematar con lo siguiente: “Si [a Toledo] se le tolera la conducta criminal los asesinatos se volverán moneda corriente en su actuar” (https://bit.ly/3jxlbqq). Dos años más tarde engrosa las filas de su partido.

Porque los diputados mexicanos son como tazos. Se transfieren de una organización a otra. Se catafixian, se intercambian. Un día se juran ante un color, otro ante el opuesto. Pasan de ser mortales enemigos a sonreír en fotografías. Las acusaciones de meses antes –que incluyen palabras como “asesinato”, cabe resaltar– quedan sepultadas bajo el interés superior: hacerse del poder a toda costa.

Este bochornoso espectáculo que vimos en la Cámara de Diputados, iniciado por el PT –y continuado por el PRI, quien dijo que también podía jugar sucio– nos recuerda que ese lenguaje que tanto se estila hoy, en el que se habla de purificar la vida pública, del fin de la corrupción, está tan alejado de la realidad como siempre.

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