Tan solo hace una semana hablábamos en este espacio sobre las teorías de conspiración que habían llevado a otro tiroteo mortal en Estados Unidos. Pues bien, escaso tiempo pasó para que, una vez más, una persona disparara indiscriminadamente y asesinara a decenas de personas, en este caso niños de primaria, en Uvalde, Texas.

Escribir sobre tiroteos en nuestro vecino del norte es, con la pena, un caso de enjuagar y repetir. Los nombres cambian y los números también. Son personas distintas las que pierden a sus seres queridos y que nunca se volverán a sentir completas.

Pero todo lo demás se mantiene igual: son lapsos de semanas en los que no se escucha nada y después regresa la alerta tan conocida. No por nada, uno de los maestros de la escuela envió un mensaje a su casa como si formara parte de un protocolo establecido: “Hay un tirador en la escuela, los amo”, dijo, según se reportó en redes sociales.

Existen, también, los simulacros. Los niños ya saben qué hacer si escuchan la alarma. Saben cómo replegarse y esperar a que no ocurra lo peor. Ir a la escuela en Estados Unidos es vivir con el miedo constante de que una bala termine con tu vida.

Se escuchan, al igual, los mensajes huecos de los políticos, que siempre citan versículos de la Biblia como si eso pudiera limpiar sus conciencias. En el peor de los casos en eso queda, en el menos malo quizás se habla de salud mental, uno de los más grandes problemas de la sociedad estadunidense. Pero no más.

Mientras tanto, las armas se mantienen intocables. De hecho, y por más contraintuitivo que suene, el instinto político en Estados Unidos es pedir… más armas. No falta el político –local, federal– que diga que la solución es darles pistolas y rifles a los maestros para defender a sus alumnos. Que si todos, incluidos los alumnos, estuviesen armados, nada de esto sucedería.

No falta, tampoco, el conspirólogo que sostiene que estas matanzas son perpetradas por agentes encubiertos para intentar prohibir el derecho a portar armas. De ser el caso, las armas estarían prohibidas en Estados Unidos al menos desde tiempos de Columbine.

Como siempre, tampoco falta quien diga que “no hay que politizar la tragedia” hablando de ella. Todo para no discutir el elefante en medio de la sala.

Pero incluso cuando se ponen de acuerdo los políticos, cosa que sucede cada vez menos, nunca hay un avance legislativo que lleve a algún tipo de acción. Supongamos sin conceder que el problema sea meramente de salud mental: ni así hay consenso o dinero para atacar la causa. Al contrario, se señala –sin pruebas– a los videojuegos. Se habla –sin apoyar– de la ruptura de los núcleos familiares. Pero nunca se ofrece algún tipo de solución. Sólo retórica.

Y a los pocos días volvemos a escuchar esas horribles palabras: “tiroteo en una escuela”. A algunos todavía nos genera algún tipo de emoción, pero para quienes ya se acostumbraron –así como aquí hemos hecho con nuestra barbarie diaria–, ya no hay sentimiento alguno tras la tragedia.

Lo único que queda es la frase que mencionamos la semana pasada, que ni tiempo tiene para empolvarse porque el sitio de sátira The Onion la tiene que publicar un día sí y otro también “No hay manera de prevenir estas cosas, dice el único país donde suceden de manera cotidiana”.

Claro que la hay, pero nuestros vecinos se empeñan en autodestruirse porque empuñan con orgullo, y sin cordura alguna, aquello que mata a sus propios hijos como si de usos y costumbres se tratara.

 
Las opiniones vertidas en este texto son responsabilidad de su autor y no necesariamente representan el punto de vista de su empleador. 

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