En inglés le llaman “war of attrition”; una traducción más o menos literal al español sería “ guerra de desgaste ”. El concepto es sencillo: se trata de un conflicto de larga duración en el que se intenta desgastar al oponente con acciones constantes. A la larga, el oponente termina por rendirse ante el ataque reiterado de la otra fuerza. Se le abruma hasta la derrota.

“Guerra de desgaste” es lo que se ve hoy en el poder ejecutivo y en el legislativo mexicanos; incluso, de manera más reciente, en el judicial también. Día con día, hora con hora, desde cualquiera de los púlpitos del gobierno hay un ataque constante.

En las últimas tres semanas la cantaleta ha sido que los científicos son ladrones. Que los familiares de las víctimas también. Se llegó al grado de plantarles a los granaderos –que ya no son granaderos, según el léxico dominante– en frente. A los científicos. A las víctimas.

Imagen más clara no hay: a la manifestación de los científicos se le aventó la fuerza bruta. Eso piensa este gobierno de la ciencia.

Antes de eso fue la prensa. Cada que el presidente necesita un chiste o un enemigo fácil, se lanza contra ella. Sus paleros incluso la tildaron de “sicaria” en un país donde la violencia sigue arrasando día a día con la población. (Dicho sea de paso, el encargado de reducirla ahora se marcha orondo para encaminarse por una gubernatura que con claridad no merece: si hubiera justicia el oprobio sería su destino.)

Y antes de eso fue todo lo demás. Porque lo que no comulga con la visión presidencial se convierte en automático en enemigo del poder, o en los términos en los que lo concibe el presidente, del “pueblo”. El objetivo es siempre estar atacando. Siempre estar insultando. Siempre hacer menos al otro. Desgastarlo hasta que doble las manos.

Con la idea de que más pronto que tarde deje de responder. Que simplemente acepte lo que se le dice y agache la cabeza. O que se vaya del país, como sugirió uno de los secuaces presidenciales que ahora maneja la editorial pública. Que deje de defenderse y permita el atropello de un hombre que dice representar a un ente incorpóreo al cual le achaca todas sus fantasías: si hace algo es porque el “pueblo” lo demanda, mientras se ríe socarronamente de sus víctimas.

Quizás lo más triste de esta guerra de desgaste es ver cuánta gente le aplaude. Turbas iracundas en las redes, que disfrutan la desolación de los demás. Tuiteros que se burlan de que los científicos se quedaron sin ciencia. Feisbuqueros que repiten mentira tras mentira y se congratulan de ello, porque han decidido renunciar al pensamiento racional.

Académicos, incluso. Aquellos que deberían anteponer el conocimiento a la víscera. Todos ellos celebran cómo se diezma al Estado.

Y sí, desgasta. Pero si uno se rinde, lo único que habrá en unos años será un pantano en el que unos cuantos se revolcarán felices en el lodo, felices de haberlo destruido todo, absortos en su inmundicia.

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