Hace unos días, Elon Musk, cuya fortuna se estima es la más grande del mundo, anunció que se había convertido en accionista minoritario de Twitter. Musk, famoso por sus automóviles eléctricos Tesla y sus cohetes espaciales SpaceX, anunció, obviamente vía Twitter, que vendrían muchos cambios a la plataforma.

Después de un ir y venir, en el que la propia compañía había invitado a Musk a su junta directiva, el magnate se echó para atrás. Primero se especuló que, debido a los controles internos de Twitter y a las leyes estadunidenses, Musk tendría que dar a conocer información sensible sobre sus negocios y su fortuna. Asimismo, tendría que controlar su uso de la red: ya en épocas pasadas se había metido en problemas legales con la SEC, la Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos, por utilizar la aplicación para mover el precio de acciones de su compañía.

Al final resultó que Musk no tenía interés en ser solo parte de la compañía, sino que quería comprarla al 100%. Poco después del ciclo de noticias tan movido, Musk presentó una oferta de 43 mil millones de dólares, una valuación considerada desproporcionada por analistas especializados en temas de la industria tecnológica.

Más allá de que no queda claro de dónde provendrá el dinero de la oferta –Musk no tiene suficiente efectivo disponible, tendría que apalancarse en una de sus otras compañías o asociarse con un fondo–, vale la pena entender por qué el súbito interés del milmillonario sudafricano en una red que cada día es más tóxica.

Por un lado, existe el precedente de lo que se conoce como “pump and dump”, y que Musk ha hecho en el pasado. “Pump and dump” es hacerse de acciones, generar un falso valor alrededor de ellas –por ejemplo, desde una posición como la de Musk, cuya palabra es tomada como evangelio por muchas personas– y luego venderlas con una ganancia sustancial. Ya sucedió con una criptomoneda, Dogecoin, cuando durante unos días Musk hizo una alharaca para después vender, vender, y vender su portafolio y así obtener ganancias del 50%.

Dado que ya lo ha hecho, no es descabellado pensar que uno de sus intereses sea ése: inflar artificialmente el valor de Twitter para luego deshacerse de sus acciones y llevarse una buena bolsa.

Por el otro, también entra la creencia libertaria a la cual se adhiere Musk. Como muchos otros milmillonarios de Silicon Valley, Musk es de aquellos que abogan por un estado mínimo –a pesar de recibir jugosas subvenciones para sus proyectos, en particular SpaceX–, y eso incluye la libertad de expresión. La semana pasada, en una plática auspiciada por la organización TED (aquella de las famosas “TED talks”), Musk habló largo y tendido sobre lo que piensa de la libertad de expresión, de las redes, y de la conversación pública.

En resumidas cuentas, lo que dijo fue una mezcla de libertarismo –no restringir mensajes, no vetar a usuarios, que cada quién diga lo que quiera– con una visión intuitiva de sentido común –sin poder articular exactamente cómo, también habló de políticas internas que dieran cierta estabilidad a la red–. Sin embargo, siguió sin quedar muy claro para qué quería hacerse de Twitter, salvo que le llamó “el centro de la conversación pública”.

Si bien es cierto que en Estados Unidos –y en ciertos círculos rojos en nuestro país– el discurso dentro de Twitter tiene una influencia desmedida –pensemos en la legislación que con frecuencia presentan políticos estadunidenses de extrema derecha basándose en cosas que han leído en la red–, la realidad es que se sobrevalora lo que ahí sucede.

En nuestro caso, por ejemplo, muchos de los “escándalos” cotidianos que se revelan ahí nunca salen de la esfera, mucho de lo que adentro sucede jamás adquiere relevancia porque… es un sitio donde los conversos de un lado y otro conversan entre sí.

Sin embargo, y ahí puede radicar el verdadero interés de Musk, controlar Twitter sí puede ser un primer paso para controlar la percepción sobre sí mismo y las redes de comunicación. Porque a él, aparte del dinero, claro está, le interesa ser escuchado: por eso aparece en todos lados dando su opinión, porque el poder le importa más.

Es muy probable que Twitter no ceda a Musk –ya que tiene controles internos ante situaciones como ésta–, pero sirva su intento por comprar la red para entender algo fundamental: los periódicos ya no existen, pero la comunicación sí. Y los magnates entienden que adueñarse de ella es más importante que cualquier otra cosa.


Las opiniones vertidas en este texto son responsabilidad de su autor y no necesariamente representan el punto de vista de su empleador.

Google News

TEMAS RELACIONADOS