Ayer por la mañana, decenas de profesores del Centro de Investigación y Docencia Económicas, el CIDE, se conectaron a Blue Jeans, la plataforma virtual de Facebook para conferencias masivas, y escucharon a Sergio López Ayllón, director general de la institución.

López Ayllón puso cuatro puntos en la mesa. El personal académico, según asistentes a la reunión, escuchó sus palabras con gran pesar: esos cuatro puntos definirían el destino de la institución, que hoy se encuentra en total incertidumbre.

Antes de continuar con el relato, vale la pena hacer un pequeño paréntesis. El CIDE, fundado en 1974, es, junto con el Colegio de México, una de las dos instituciones de excelencia en las ciencias sociales en el país. De ambos lugares egresan académicos brillantes y funcionarios de las más altas carteras estatales y federales. Así como Estados Unidos tiene su Ivy League, Francia la École nationale d’administration, y Reino Unido a Cambridge y Oxford, México tiene –toda proporción guardada– al CIDE y al Colmex.

Pero el CIDE y el Colmex, aunque similares, tienen una diferencia crucial: desde 1998 el Colegio de México es autónomo y sus decisiones presupuestarias son prácticamente ajenas al gobierno en turno. No así el CIDE, vulnerable ante cualquier capricho presidencial.

Explicado lo anterior, regresemos a la historia. López Ayllón tomó la palabra y le explicó a los académicos lo siguiente: primero, la Secretaría de Hacienda decidió congelar el dinero asignado a becas y manutención de los estudiantes.

Contrario al prejuicio imperante, que el CIDE sea una institución de excelencia no quiere decir que sus alumnos provengan del privilegio: hay alumnos de origen humilde y alumnos de origen adinerado. Los primeros reciben ayuda y manutención por parte del Centro, los segundos pagan colegiatura completa. Los primeros son mayoría.

Segundo, la Secretaría de la Función Pública, que ahora se asume como “impulsora y guardiana de la austeridad republicana”, según sus propios boletines, pidió en su tono ahora característico a todos los centros públicos de investigación que recortaran el 75% de sus gastos operativos. No fue hasta que el CIDE y un grupo de centros escribieron a la dependencia y al Conacyt, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, para pedir el fundamento legal de la instrucción, que la SFP suavizó el tono y aceptó negociar. Aun así, el CIDE tendrá que reducir sus egresos de manera considerable.

Tercero, López Ayllón le dijo a los académicos que los dos fideicomisos que fungen como pilares presupuestales del CIDE se salvarán de correr la suerte de los otros. Ésos, cabe recordar, serán extinguidos en búsqueda de recursos para los elefantes blancos del sexenio.

No obstante, como el gobierno no tiene prisa alguna en dar explicaciones o instrucciones a los bancos –las instituciones que operan los fideicomisos–, todo dinero proveniente de ahí permanece bajo llave hasta nuevo aviso.

Cuarto, como si fueran militantes partidistas y no trabajadores del Estado, el gobierno le ha pedido a los profesores que reduzcan su sueldo en 25%. No lo exigió porque sería inconstitucional, pero ganas no le faltaron –basta con escuchar al presidente para disipar cualquier duda.

Es así como una de las instituciones académicas con mayor prestigio nacional, que forma cuadros de excelencia que luego ingresan a la administración pública, enfrenta una situación nunca antes vista: a un gobierno y un presidente con nulo interés en el conocimiento y la técnica, cuyas obsesiones destruyen las pocas instituciones nacionales que funcionan bien.

Y ojo: el CIDE es sólo un ejemplo. La ciencia dura, aquella que hoy se cataloga como “neoliberal”, también está en riesgo. Hace unos días un investigador del CIDEA, el Centro de Investigación y Desarrollo en Agrobiotecnología Alimentaria, denunciaba en redes que la Comisión Federal de Electricidad había llegado al Centro para cortar la luz por falta de pago. Al igual que el CIDE, su fideicomiso también está congelado.

De detener el suministro, dijo el investigador (https://twitter.com/jorgerochaE/status/1254910237263478784), “millones en reactivos y material biológico” se perderían para siempre.

Como tantas otras cosas.

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