A principios de este año, el economista y ganador del premio Nobel Paul Krugman publicó su más reciente libro: “Arguing with Zombies” (Discutir con zombis). El volumen es una recopilación de sus columnas en The New York Times, las cuales ha publicado durante los últimos 20 años.

La colección de textos propone una idea fundamental: qué significa discutir con un zombi. No muertos vivientes, tampoco personas; para Krugman los zombis son ideas. En concreto, y en sus palabras, aquellas que “deberían haber muerto a manos de la evidencia contraria, pero que se siguen arrastrando, comiendo los cerebros de la gente”.

Es decir: algo que se debió de haber descartado hace mucho tiempo, no se hizo, y ahora engulle y atrofia la capacidad de pensar de las personas. En la economía estadunidense y en el libro abundan ejemplos: la idea de que no es necesario que la gente tenga seguro médico, la idea de que los bancos deben ser absolutamente libres de vigilancia gubernamental, la idea de que la desigualdad económica es buena, por nombrar algunos.

Si en México utilizáramos el concepto de Krugman, podríamos encontrar al menos tres zombis grandotes que le han comido el cerebro al país durante el último siglo.

El primer zombi grandote es, sin duda, la creencia de que sólo el Ejército puede detener la espiral de violencia nacional. Fue la idea de Felipe Calderón cuando dio rienda libre a los soldados a finales de 2006; fue la estrategia de Enrique Peña Nieto en 2012, una continuación sin mayor cambio; y fue la base de la nueva Guardia Nacional: nada más ni menos que un zombi en esteroides, la unión de Ejército, Marina y Policía Federal en una sola corporación.

Se dice y repite que reformar las policías locales, recomponer las estructuras de seguridad, dotar de mayor presupuesto a los esfuerzos intraestatales es tardado y costoso. De que lo es lo es. Pero bajo esa excusa, esa idea zombi, no se reforma nada. Para qué invertir en algo que tarda y cuesta, cuando ya tenemos un parche que se jura funciona: el Ejército –ahora la GN– en las calles. Siempre con la promesa de que es una solución temporal, pero que cada día queda más claro es perpetua. Sin embargo, es obvio que estamos frente a un zombi. La prueba clave es la pandemia: los homicidios dolosos no disminuyen ni siquiera cuando el país entero estaba supuestamente encerrado bajo orden federal.

El segundo zombi grandote es el de los impuestos. Tanto los gobiernos locales como el federal sostienen que pueden obtenerse ingresos sin aumentar la carga tributaria. De que se puede se puede, pero el beneficio es ínfimo. La lógica es meramente electoral: el camino más fácil al cargo es la promesa de menos impuestos siempre. Eliminarlos, por qué no.

Pero con ello –y desde hace mucho tiempo–, México es de los países que menos recaudación tienen en toda la OCDE.

Sin dinero no hay gasto, sin gasto no hay economía que crezca. Sin economía que crezca la desigualdad aumenta. Y con la desigualdad perdemos todos, menos los más ricos, claro.

Pero como los impuestos son malos –concepto zombi por excelencia–, no hay salida alguna.

El tercer zombi grandote, que se agigantó en el último año y medio, es el de la mal llamada austeridad. Hermano del zombi de los impuestos, que no permite si quiera la discusión de una reforma fiscal; y primo de un zombi más pequeño –aquel que no permite siquiera discutir si un país debe adquirir deuda– el tercer zombi va camino a devorar todos los cerebros.

A este zombi lo vemos caminar apoyado en el presidente: es el que le pide a los trabajadores que compren sus propias herramientas de trabajo, el que les dice que limiten su ingesta de agua de garrafón, y el que les obliga –el autor de esta columna tiene testimonios de ello– a “donar” parte de su sueldo para ayudar al gobierno.

Esta idea zombi –porque vaya que ha generado atrofia– es, por cierto, la piedra de toque del neoliberalismo extremo, aquel que se jura ha sido desterrado del país.

En su libro, Krugman cita al político Daniel Patrick Moynihan, cuya frase se ha vuelto un clásico: “Todo mundo tiene derecho a su propia opinión pero no a sus propios hechos”.

En tiempos de zombis, lo segundo se confunde con lo primero. Y de no revertirse, el riesgo es que el gobierno se quede sin cerebro

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