Las pérdidas más duras, más sensibles, más devastadoras son, la mayoría de las veces, las de los padres. Tal es lo que desarrolla Mónica Lavín en su libro Ú ltimos días de mis padres , publicado por Planeta en mayo de 2022, en la Ciudad de México. Con voz firme que frecuentemente se quiebra, esta autora mexicana nos comparte los días en que, primero su padre, y un año después su madre, viven una difícil despedida de este mundo en manos de médicos poco acertados. No tiene empacho en confesar lo complicado que es estar con los pacientes internados. Igualmente reconoce que “guardarse una verdad es mentir”, en el caso de engañar al enfermo respecto a su estado real, y que, “nada de hospitalario tiene un sanatorio”. Quien ha vivido esta situación lo sabe.

En la primera parte cuenta lo de su padre, y de inmediato se percibe la cercanía que la narradora tenía con su progenitor. Cada día en el hospital es un desprendimiento, una revelación de que la vida es finita y de que la esperanza de un día, un mes o un año más, se diluye poco a poco ante las crudas evidencias. Mónica nos confía la razón de por qué la esperanza fue lo último que salió cuando Pandora abrió su famosa caja. Ella, su hermana y sus familias son testigos sensibles de la manera en que sus padres afrontan sus últimos días. Con la madre, la situación se complica porque es sorda y hay un punto en que no escucha las indicaciones de médicos y enfermeras. “La sordera es también una especie de ausencia”. Como consuelo, la novelista señala que él vivió más de 90 años y ella más de 86. La verdad es que se advierten los angustiosos momentos en que transitó ciertas situaciones y lo arduo que es narrar algo tan íntimo y embarazoso.

Si es verdad que los personajes creados por un hombre o una mujer de letras son una expresión de una parte de su personalidad, Mónica Lavín revela partes de sí misma en este libro, en las que sus lectores seguramente no habíamos reparado. Por ejemplo, el lugar de la Ciudad de México donde crecieron sus padres, la manera en que ese chico alto se acercó a esa venadita de ojos moros, el apodo con que la llamaba su padre, La voz de su madre pidiendo a su único hijo que se viniera, la comprometida manera de escribir sobre la familia y cómo en plena responsabilidad de cuidar a alguno de sus papás, intentaba tomar un día para escribir o viajar para presentar un libro o impartir un curso y terminaba por volver al sillón del hospital al lado de su ser querido.

“Escribir es recuperar lo perdido”, señala, tal vez para engrasar el ánimo frente a un tema tan entrañable. Además de esos días tremendos, Mónica cuenta la vida de sus padres, los oficios de cada uno, el negocio familiar, los distintos domicilios, las costumbres familiares, las fiestas, la receta de croquetas de la abuela materna, los viajes, las comidas con amigos, la relación con España, los espacios íntimos, las enfermedades y la manera en que se repartieron su legado, fuente de recuerdos.

Encontré reflexiones, “el tiempo era solo una respiración prolongada hacia el silencio”, sin duda de gran valor para los que ya vivimos circunstancias similares, o para los que, inexorablemente tendrán que estar una noche llamando a una enfermera en un hospital hundido en el silencio porque su familiar necesita atención inmediata; y es verdad, ¿saben? Como dice Mónica, “el momento de la muerte no es la ausencia , es el golpe. El despojo”.

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