Las violencias que afectan a las mujeres parecen ser mudas ante los oídos de las autoridades, las mujeres hablamos de ellas, se les trata desde un punto de vista académico y de investigación, pero la realidad es que muy pocas veces se traduce en políticas públicas para su atención y, más importante aun, para su erradicación.

"Cuántas mujeres olvidadas porque ni siquiera ellas mismas pudieron, pueden o podrán decir
'esta boca es mía',
'este cuerpo es mío',
'esto es lo que yo pienso' "
Virginia Woolf

 

En el mismo sentido, poco a poco, recorriendo un camino lleno de obstáculos, las mujeres hemos reclamado un lugar para participar en la vida pública (e incluso en nuestra propia vida). La presencia de mujeres en distintas esferas nos da una sensación de acompañamiento y ha aumentado nuestra capacidad de confrontación; estar acompañadas nos da fuerza.

Sin embargo, parece ser que nuestra existencia seguirá condicionada a figuras estereotípicas, así como a la moral y a los valores que nos fueron asignados por nacimiento, mismas que reproducen la expectativa de que seamos “buenas mujeres”. Bajo estas ideas, nuestra licencia para actuar siempre está limitada, siempre debemos actuar con cautela porque cualquier transgresión a dichos preceptos, siempre es condenada.

No sólo debemos ser mujeres que se cuidan de mil y un violencias a diario, debemos ser capaces de escoger el camino del bien para defendernos, ser cuidadosas de las formas, tomar las mejores decisiones, porque no hacerlo, cuesta caro. Pareciera ser que la reacción que tengamos es más importante que la acción de la que intentamos defendernos, sólo porque nos ha tocado a nosotras ejercerla.

Esta es la realidad de las mujeres en reclusión penitenciaria en México, en donde se les condena desde la percepción de que tomaron el camino fácil y se les castiga aislándolas, privándolas de su derecho a ser mujeres, a ser ellas mismas, y en algunos casos, a ser madres.

En nuestro país, se ha presentado un aumento sostenido de la población en esta situación, para agosto de 2020 ascendió a 210,287 personas, lo que representó un aumento de 4.7%, con respecto al año anterior. De éstos, se observó que existen 89,067 presos sin condena, 18.3% más que en 2019. Y retomando el tema de las mujeres presas, en este año se registró un crecimiento del 24.6%, en contraste con el de 17.9% de los hombres.1

Este fenómeno deja muchos pendientes; en principio, capacidades institucionales para dar atención a las reclusas. Es fundamental que se creen espacios adecuados para albergar a la población, e incluso, que estén diseñados específicamente para

ellas (ya que en muchos casos únicamente de utilizaron anexos a los centros de reclusión masculinos), y que se garantice la existencia de servicios básicos que propicien su bienestar.

En segundo lugar, la toma de decisiones e impartición de justicia con perspectiva de género, que se focalice la atención, que se identifiquen los matices de la situación. Pero lo más importante es que sean comprendidas, que se tenga en cuenta ¿cuántas de ellas están ahí intentando escapar de violencias? y, sin embargo, llegaron a un lugar en el que se siguen reproduciendo, siguen siendo parte de su vida, esta vez sin escapatoria, porque las mujeres en las cárceles viven en el anonimato, olvidadas, en cautiverio.

Investigadora del Observatorio Nacional Ciudadano
@_dianasanchezf

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