Ing. Luis E. Maumejean N.

Coordinador del Comité Tecnología del CICM

México se encuentra en un momento decisivo. Las necesidades básicas de su población -seguridad, salud, agua, alimentación, vivienda, movilidad- no sólo aumentan, sino que en muchos casos permanecen sin una respuesta estructural. A pesar de los apoyos sociales que otorga el Estado, los indicadores de bienestar y productividad no mejoran: El país produce menos, las inversiones decrecen, y los recursos públicos se utilizan sin una lógica de largo plazo que genere ahorro o desarrollo.

La situación fiscal es apremiante. La economía informal sigue creciendo: Millones de personas trabajan en la informalidad, lo que impide que sus ingresos fortalezcan los fondos públicos. La recaudación tributaria es insuficiente, las reservas están en niveles mínimos y el Estado no puede sostener por sí solo los servicios públicos esenciales. Los fondos internacionales están disponibles, sí, pero sujetos a exigencias que requieren visión, profesionalismo y transparencia para poder cumplirse, especialmente en temas ambientales, sociales y de gobernanza.

Este entorno interno se agrava con la exposición de México a riesgos globales crecientes:

Conflictos geopolíticos entre grandes potencias -Estados Unidos, Europa, China, Rusia- que afectan cadenas de suministro, precios de energía, acceso a tecnología y estabilidad de los mercados.

Presiones migratorias en aumento, impulsadas por crisis climáticas y de otros países, inseguridad y pobreza en la región, que ponen al país en una situación de frontera estratégica sin una estrategia de Estado.

Inestabilidad financiera internacional, donde decisiones tomadas en otras latitudes (tasas de interés, inversiones especulativas, fuga de capitales) pueden desbalancear economías como la nuestra en cuestión de semanas.

Reconfiguración tecnológica, donde avances en inteligencia artificial, automatización y digitalización están transformando industrias enteras, desplazando mano de obra poco calificada (un perfil que, en México, representa a millones de personas) sin que se estén preparando las condiciones para su reconversión.

Desvío de flujos financieros a organizaciones ilegales o hacia criptomonedas y mercados digitales no regulados, que pueden desplazar inversiones productivas si el país no ofrece certidumbre y seguridad física y legal.

Estamos, pues, ante una multiplicidad de crisis interrelacionadas:

  • · Ambiental, como efecto ya inevitable del cambio climático.
  • · Financiera, si no se corrige como país el desequilibrio entre gasto y generación de valor.
  • · Política, ante el riesgo de polarizaciones y concentraciones de recursos y poder.
  • · Social, si la población percibe que sus necesidades más básicas no son atendidas.
  • · Cultural y educativa, si no se prepara a las nuevas generaciones para este entorno complejo.
  • · Tecnológica, si el país queda marginado del uso estratégico de la innovación.

Frente a este panorama, se impone una alternativa racional y urgente para todos los sectores: Planear con seriedad, invertir con responsabilidad, y construir con visión de país.

La solución comienza con la planificación, planear no es un lujo técnico: es una necesidad estratégica. Significa conocer nuestras capacidades reales (humanas, geográficas, económicas, ambientales) y también nuestras limitaciones. Significa prever escenarios globales e internos, y actuar en función de los fines que como sociedad queremos alcanzar, no sólo de los problemas inmediatos que parecen más urgentes.

Una de las herramientas más efectivas y probadas para generar bienestar y crecimiento en el corto y largo plazo es desarrollar la infraestructura pública: Sistemas de agua, caminos, vivienda digna, movilidad, redes digitales, centros de salud, espacios públicos urbanos; en el ámbito rural las problemáticas son muy claras y están muy extendidas y deben estar sujetas a planeaciones locales. Estas obras de infraestructura, bien pensadas, generan empleos, aumentan la productividad, reducen desigualdad, conectan territorios y fortalecen el tejido social; y para lograr una infraestructura eficiente es necesario adoptar la tecnología adecuada, que es determinante para lograr el desarrollo; no solo por la mejora continua en materiales de construcción, maquinaria y métodos constructivos que permiten hacer más con menos, sino por el impacto de las tecnologías digitales en la planificación, financiamiento, mantenimiento y operación de la infraestructura.

La inteligencia artificial puede optimizar el diseño de redes urbanas, anticipar fallas estructurales y mejorar el mantenimiento preventivo y la Blockchain permite trazabilidad en los procesos de contratación, transparencia en el uso de los recursos y coordinación entre múltiples actores en proyectos complejos. Ambas tecnologías, bien aplicadas, contribuyen a servicios públicos más eficientes, reducir costos, mejorar la calidad y generar confianza. Incorporarlas es una obligación para todo país que quiera permanecer competitivo en el siglo XXI.

El papel de la ingeniería mexicana

La ingeniería nacional cuenta con la experiencia, la visión técnica y los recursos humanos necesarios para guiar este proceso. Sus profesionales están formados para resolver problemas complejos con datos, modelos, criterios y compromiso ético; su participación sólo será efectiva si el Estado abre las puertas al conocimiento, si las decisiones de inversión se basan en evidencia y si se pone al futuro por encima de la inercia del gasto inmediato.

El Consejo de Políticas para Infraestructura (CPI) fue creado para articular a los principales actores técnicos del país: Colegios, cámaras, asociaciones, académicos y experto en un espacio colegiado, apartidista y propositivo para brindar al Estado y también el sector privado criterios, escenarios, diagnósticos y propuestas para una mejor toma de decisiones de inversión.

La historia demuestra que los países que planean, invierten y ejecutan con visión y tecnología son los que logran prosperar. México tiene todo para hacerlo: Talento, territorio, recursos naturales y ubicación estratégica. Lo que falta es alinear prioridades, establecer metas claras y tomar decisiones difíciles con responsabilidad.

La ingeniería mexicana está lista.

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