Históricamente, la política económica de México ha sabido alinear pragmáticamente los intereses nacionales con las tendencias internacionales dominantes. En su momento, el modelo de sustitución de importaciones supo aprovechar una corriente mundial para impulsar la industrialización y sentar las bases de uno de los periodos de mayor crecimiento económico.
Cuando el consenso global giró hacia la apertura económica, el libre comercio y la integración regional, nuestro país también se alineó con esa tendencia porque era lo más conveniente para nuestros intereses. Esta convergencia permitió que México se consolidara como un referente global del libre mercado. Somos la séptima economía más abierta del mundo y esa condición ha sido uno de los pilares de nuestro crecimiento en los últimos 30 años.
Hoy, la nueva ola proteccionista liderada por Donald Trump desde Estados Unidos abre un escenario sin precedente para México. El consenso interno se mantiene firme: incluso los críticos históricos del TLCAN defienden ahora las bondades del T-MEC; estamos a meses de firmar el acuerdo renovado con la Unión Europea; y ningún actor político serio cuestiona el libre comercio.
Desde diciembre, no obstante, la presidenta Sheinbaum ha impulsado una agenda abiertamente proteccionista para acotar la apertura de nuestra economía, con argumentos similares a los de Trump. Se establecieron aranceles a productos textiles y plataformas digitales, especialmente las de origen chino. La semana pasada, se envió al Congreso una propuesta de nuevas tasas arancelarias a más de 1,300 productos de países con los que no tenemos TLC. Estas y otras medidas, como la iniciativa para facilitar el registro de patentes, se justifican con una retórica de fortalecimiento de la industria nacional: un objetivo pertinente, pero que requiere de políticas integrales hoy ausentes.
Mientras potencias como EU pueden darse el lujo de cerrar sus economías —aprovechando el dinamismo de su mercado interno para reducir el impacto de esas medias—, la realidad es que nuestro país no está en las mismas condiciones. De hecho, nuestro socio ha sido un país tradicionalmente proteccionista y México ha tenido que vencer resistencias significativas para consolidar la integración regional: las negociaciones del TLCAN y del T-MEC son los mejores ejemplos.
Es cierto que las presiones estadounidenses son constantes, que el déficit comercial con China es real y que es necesario respaldar a algunos sectores productivos nacionales. Encontrar un punto de equilibrio entre esas tensiones y el modelo económico más conveniente es complejo y lo sería para cualquier administración. Sin embargo, renunciar a la batalla por el libre comercio sería, en los hechos, renunciar a la defensa de nuestros intereses nacionales.
El proteccionismo difícilmente produce los resultados esperados. Los aranceles eventualmente se traducen en costos más altos para consumidores y empresas, reduciendo la competitividad de sectores que dependen de insumos importados. En el caso mexicano, el impacto podría ser especialmente grave para sectores muy competitivos, como la industria automotriz o la electrónica.
La defensa del libre comercio no implica quedarse de brazos cruzados frente a prácticas desleales o desequilibrios graves que perjudiquen a nuestro país. México puede y debe utilizar los mecanismos a su disposición para corregir esos desequilibrios. Lo que no podemos es renunciar a un modelo que ha probado su vigencia con resultados tangibles.
México no debe dejarse llevar por la ola proteccionista, simplemente, porque no le conviene. Es imposible dictar las decisiones de otros países; pero, precisamente por eso, estamos llamados a defender las virtudes de la apertura económica, que ha sido una poderosa herramienta para impulsar nuestro desarrollo.
El inicio formal de las consultas para la revisión del T-MEC obliga a una reflexión. Nuestro país prospera cuando se abre al mundo, no cuando se repliega sobre sí mismo. En un contexto de incertidumbre, defender esa convicción es, más que un asunto de principios, una necesidad pragmática. Defender nuestros intereses exige mantener el rumbo, incluso cuando las corrientes coyunturales intentan arrastrarnos hacia la dirección contraria.
Diputada federal






