A partir del año 2007 hemos sufrido una escalada de violencia criminal sin precedente en la historia contemporánea. Explicar las causas es complejo y requiere más espacios de análisis. Ese monstruo llevaba décadas incubándose y creciendo hasta que eclosionó en el gobierno del presidente Calderón.

Estadísticas van y vienen, el gobierno presenta gráficas, datos y explicaciones para tratar de interpretar o justificar cómo vamos y en dónde estamos en materia de seguridad, con el propósito último de ocultar lo evidente. La cruda realidad se impone y cotidianamente nos muestra que el primer año de gobierno de esta administración fue el más violento desde que este fenómeno empezó a medirse. Conforme a las cifras de homicidios dolosos y ejecuciones acumuladas a septiembre del presenta año, todo apunta a que nuevamente se romperá el trágico récord.

Hace apenas unos días, Alfonso Durazo, Secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, tuvo el cinismo de declarar: “Hemos ido dejando atrás de manera progresiva los días más negros de la inseguridad y está cercano el día en que nos veremos caminando libres de temores por las calles”. Esta fue su despedida de la Secretaría que comanda (es un decir), puesto que se postulará, con el respaldo de su jefe, para la candidatura de Morena al gobierno de Sonora.

Buena suerte, señor Durazo. No dudo que haya hecho su mejor esfuerzo, que trabajó innumerables horas y delineó grandes planes, pero nadie lo extrañará en el puesto que deja. Para lo que le depare su futuro político, recuerde esta frase del célebre Winston Churchill: “No importa lo hermosa que sea la estrategia, de vez en cuando hay que observar los resultados”.

Sabemos bien que esta administración heredó un enorme problema de inseguridad, motivo por el cual no logramos entender el nombramiento de alguien sin experiencia en tan delicada materia. La pregunta es obligada: ¿quién llegará a suplirlo? Los rumores hablan de un alto mando militar y, con ello, adiós al mando civil de una vez por todas. Me parece muy bien, ya basta de simulaciones.

Se ha discutido en innumerables ocasiones que la formación y el entrenamiento militar no están alineados con las tareas de seguridad pública: mantener la paz y el orden público y perseguir y castigar el delito. Las responsabilidades de seguridad nacional y seguridad interior son muy diferentes. Sin embargo, la mejor opción que tenemos hoy para el combate al narco y al crimen organizado, son las fuerzas armadas. Tengamos claro que portar un arma de alto poder no hace a un buen soldado ni a un buen policía.

Es un hecho que la crisis de inseguridad se gestó durante muchos años y difícilmente podrá resolverse en un solo sexenio, sin importar la promesa de campaña del Presidente en el sentido de pacificar al país ni la cantidad de dinero que se inyecte al presupuesto para seguridad. Es imperativo establecer un proyecto transexenal de largo plazo y con objetivos claros y bien definidos y que el responsable, ya sea de carrera militar, policial o civil, no pueda interrumpir el ciclo voluntariamente para buscar un mejor y más tranquilo destino a un tercio de recorrido el camino.

Pedir seis meses o un año para ver resultados positivos ya no es posible, pero el hambre de votos, dinero y poder impiden ver más allá de la siguiente elección y de algunas victorias pírricas en contra de los crímenes de alto impacto. El tigre enjaulado espera sin prisa alguna el relevo del secretario. Al crimen organizado no podría importarle menos su salida. Ellos sí tienen una estrategia cuya esencia es que al final del día la rentabilidad rebasa por mucho el riesgo.

El Presidente López Obrador no puede equivocarse esta vez en el nombramiento del nuevo titular del área. Ya lo hizo y los resultados negativos están a la vista. Nadie le pide milagros ni que resuelva en semanas lo que se pudrió durante años, pero debe seleccionar a un auténtico estratega que pueda ver hasta donde el horizonte se pierde y no hasta el reporte estadístico del mes entrante.

Especialista en seguridad corporativa 
@CarlosSeoaneN 

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