Este pasado 10 de mayo, al finalizar una junta con clientes de procedencia europea, me pidieron que les explicara quienes eran las madres buscadoras, qué es lo que hacían y por qué se les daba ese nombre. Esto, a raíz de que su hotel estaba localizado en el centro histórico, relativamente cerca de la marcha convocada por los colectivos de búsqueda en esta fecha tan especial.

A sabiendas de que me iba a meter en camisa de 11 varas, traté de explicarles de la manera más sencilla conceptos verdaderamente inenarrables para que su mente primermundista (a diferencia de la mía, tercermundista) no se choqueara. Para que pudieran, al menos, entender de una forma relativamente sencilla las respuestas a sus preguntas.

Muy pocas veces en mis 56 años he sentido vergüenza de ser mexicano. Podría contarlas con mis manos y me sobrarían dedos, pero en esta ocasión en especial, sentí un profundo bochorno mientras veía el rostro de mis interlocutores descomponerse en total asombro al enterarse de quienes eran estas mujeres, que es lo que hacían y por qué se les llamaba de esa manera… qué vergüenza sentí, y no de ser mexicano, pero sí de México.

Por la noche previo a irme a dormir, con una cruda moral considerable, me di cuenta de que después de haber brindado las respuestas a mis clientes, debí haber agregado lo siguiente, y no para atenuar la verdad, sino para dejarles ver la otra cara de la moneda.

Las madres buscadoras son mujeres valientes, incansables, inagotables e invencibles, que incluso, algunas de ellas, han perdido la vida en el cumplimento del deber y aun así, permanecen invisibles para las autoridades de todos los niveles y en toda la geografía nacional.

Mujeres que viven un dolor que, afortunadamente, la enorme mayoría de nosotros jamás conoceremos y que visto desde afuera es relativamente imaginable, pero simplemente incomprensible, un infierno que no deja de arder.

Mujeres que se describen a sí mismas como muertas en vida y sin nada más que perder, pues ya lo han perdido todo, pero que han ayudado a otras como ellas a tener paz al haberlas auxiliado a encontrar los restos de su familiar.

Mujeres que viven adoloridas las 24 horas del día, los 365 días del año. Y que el remedio para ese dolor sería encontrar e identificar, tan siquiera, una osamenta o un cráneo al cual pudieran darle sepultura y tener un sitio para ir a rezarle a su ser querido.

Mujeres que no buscan se haga justicia con los asesinos, no quieren persecuciones judiciales, pero no dejan de clamar ante la inacción de las policías, fiscalías, gobernadores(as), e inclusive, del presidente.

Mujeres que solo piden que los narcos les permitan poder explorar en paz los páramos desérticos mientras entierran sus varillas metálicas en la tierra con la esperanza que ese próximo fétido olor sea el de los restos de su gente más querida.

Mujeres que pasan jornadas enteras arriesgando su salud física y mental ante la inclemencia de la madre naturaleza, sin protección alguna, armadas solamente de una voluntad inagotable.

Mujeres a las que el crimen organizado les han arrebatado a sus hijos(as) de la forma más violenta posible y que viven una muerte suspendida ante la permanente incertidumbre del quién, cómo y por qué.

Mujeres que caminan del amanecer al atardecer, buscando entre la arena, la tierra y el sol, rastros de quienes ya no están aquí. Enfrentando el dolor y la muerte, con la fuerza que solo una madre tiene, para encontrar lo que el destino retiene.

Mujeres que recorren caminos áridos y largos, pidiendo al cielo una señal, un indicio que regrese a los seres queridos a su hogar.

Mujeres que llevan consigo la imagen de su hijo(a), hermano o esposo, y que, aunque los años pasen y el sol se oculte, su amor de madre jamás se diluye.

Mujeres que no solo son madres buscadoras, también hay hermanas, esposas e hijas buscadoras, con una solidaridad y empatía dignas de aplauso.

Mujeres que me hacen sentir humilde frente a ellas y que espero que esta columna sea, al menos, una caricia a su corazón adolorido.

POSTDATAMaría Herrera Magdaleno, quien busca a sus cuatro hijos desaparecidos, al tomar el micrófono al final de la marcha que enuncio al inicio de esta columna, gritó frente al balcón presidencial de Palacio Nacional:  “¡Escuche nuestro llanto! ¡Le traemos otros datos! ¡Tenemos otros datos! ¡Reconozca que nos falló! ¡Usted ya se va sin escucharnos, sin atendernos, sin resolvernos!”.

Consultor en seguridad y manejo de crisis

@CarlosSeoaneN

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