Me preocupa mucho la vertiginosa polarización de la vida pública en México. Nos está dejando sin espacios de encuentro y diálogo entre el presidente y quienes, lejos de ser sus adversarios, son señalados como tales por el clima de crispación en que vivimos.

La clasificación de los ciudadanos entre ‘los que están conmigo’ y los que se etiqueta como ‘los que están contra mí’ supone incondicionalidad de los primeros y castiga el pensamiento crítico o la autonomía de acción de los segundos. Esta clasificación maniquea puede servir en una campaña de proselitismo político-electoral, pero a la hora de gobernar lastima a la sociedad y , e incluso socava la capacidad del propio gobierno de cumplir sus objetivos y programas prioritarios.

Así se han cerrado las vías de interlocución con muchos ciudadanos en distintos ámbitos: periodistas y medios de comunicación; familiares de víctimas y desaparecidos; grupos eclesiales que operan albergues para migrantes; padres de niños con cáncer y sin medicamentos; movimientos de mujeres; trabajadores de la salud; empresarios e inversionistas; las comunidades científica y cultural; y la cooperación internacional para el desarrollo.

Hay muchísimos mexicanos talentosos, comprometidos con nuestro país, que no quieren meterse a la vorágine de la confrontación.

Están dispuestos a responder a una convocatoria del presidente y su gobierno para trabajar juntos.

En este desgarramiento de la sociedad mexicana muy pronto nos hará falta un mediador, un amable componedor, un facilitador del diálogo que acerque a las partes que guardan entre sí una (in)sana distancia.

¿A quién vamos a llamar? ¿Cómo superar este impasse? ¿Al Secretario General de las Naciones Unidas? ¿Al Papa Francisco? ¿Qué mexicano, cuál mexicana tiene capacidad de convocatoria y goza del respeto y de la confianza del presidente y de la sociedad mexicana para sentarlos a hablar?

Un hombre respetado como David Ibarra, exsecretario de Hacienda, propone al presidente de la república alentar la inversión pública y evitar los pleitos políticos e ideológicos que polarizan al país. ¿Quién puede estar en contra de esta necesarísima invitación?

Hay millones de mexicanos que están listos para contribuir a la solución de los problemas del país. En el caso de la pandemia Covid-19 tendríamos mucho mejores condiciones para enfrentarla si trabajáramos en consonancia gobierno, médicos y trabajadores de la salud, investigadores científicos, organismos de la sociedad civil e iglesias, entre otros muchos. Cada sector ha respondido hasta el heroísmo como ha podido, pero una labor eficaz requiere de una coordinación intersectorial que sólo puede lograrse en un clima de respeto, coordinación y cooperación.

Quizá pecamos de ingenuos, pero muchos mexicanos no nos vamos a dar por vencidos en la búsqueda de este acercamiento. Sabemos que ni el gobierno, ni la sociedad, podemos solos, por separado, contra la pobreza, ni contra la inseguridad.

La noche de su victoria, el presidente dijo “Llamo a todos los mexicanos a la reconciliación y a poner por encima de los intereses personales, por legítimos que sean, el interés general. Como afirmó Vicente Guerrero: ‘La patria es primero’.”

Nunca es demasiado tarde. Esta reconciliación tiene que construirse desde dos objetivos compartidos, incluyentes e integradores: la cohesión económica y social; y la construcción de la paz. La primera favorece la igualdad de oportunidades y el desarrollo sustentable; la segunda resulta de un esfuerzo por la seguridad y la justicia desde la colaboración entre ciudadanos y autoridades, quienes no representan partes contrarias, sino complementarias.

PD. Mi solidaridad con Carmen Aristegui y con su indispensable tarea periodística. Te abrazo fuerte Carmen.



Profesor asociado en el CIDE.
@Carlos_Tampico

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