Que Morena no es una organización democrática lo sabemos o lo deberíamos saber todos. Pero que Marcelo Ebrard venga a “descubrirlo” a partir del más que previsible triunfo de Claudia Sheinbaum, no deja de ser inverosímil. Él sabía, claramente, quién ganaría, pero ha medido mal los tiempos para impugnar no tanto el hecho en sí como la suciedad del proceso que lo determinó.

Es decir, lo sabía pero se ha equivocado en la elección del momento para darse públicamente “por enterado”. ¿Qué pasó por su cabeza cuando se permitió jugar un juego que para él comenzó hace apenas tres meses, mientras que para la favorita del señor presidente –con los recursos de la Secretaría del Bienestar, los gobernadores y el apoyo de la estructura partidista por delante– comenzó como mínimo hace tres años?

Llegar hasta el final de esta burda comedia fue su error. Y ahí cabe preguntarnos, ¿fue mera ingenuidad, ciega credulidad en la palabra de AMLO o, como dijo Chespirito, lo tenía “fríamente calculado”? No nos compliquemos. La respuesta más sencilla es con mayor probabilidad la correcta: Marcelo Ebrard simplemente se equivocó.

Le sucede hasta a los más grandes atletas cuando no calculan correctamente sus fuerzas o infravaloran las de los demás competidores. Ahora le ocurre, por qué no, a un político profesional con una vastísima experiencia y una sólida formación.

Sabrá dispensar el lector que cite lo que en este mismo espacio, al comenzar la competencia “corcholatera”, apunté:

“El método de López Obrador para elegir a su candidato semeja una gran telaraña […] La única que parece saber desplazarse en esta red —precisamente porque no se mueve un ápice de las posiciones, discurso y hasta gestos que le asignan desde la Presidencia— es Claudia Sheinbaum […] Ebrard tendrá que

acatar, como lo prometió, el resultado de esta telarañosa competencia. Creo que el momentum para escapar de la órbita de AMLO ya pasó…”.

Y así transcurrieron las cosas. Ebrard quedó atrapado en la telaraña, pero no ha acatado el resultado. De ahí que todavía está en cuestión, puesto que “no hay espacio” para él en Morena, qué pasos dará y en qué dirección.

Hace todavía unos meses, cuando Xóchitl Gálvez no sobresalía como la figura opositora que ahora es, Ebrard (previa ruptura con Morena, evidentemente) habría tenido posibilidades de encabezar incluso al frente opositor o, por lo menos, a una parte de este. Diviendo a Morena y sujetándose a un proceso de selección entre los opositores no habría sido muy difícil que se convirtiera en la opción más audaz y prometedora. Ese es el gran tren que dejó pasar.

Ahora, su candidatura sólo puede concretarse por dos vías. En teoría, Movimiento Ciudadano –casi mientras escribo esto– podría ofrecérsela, pero resulta que esta organización, ya de entrada, luce dividida entre quienes no desean hacerle el juego a Morena lanzando un candidato “propio” y aquellos que se inclinan por apoyar al frente de Xóchitl.

Si Dante Delgado pretende imponer a Ebrard como su candidato, lo más factible es que produzca un cisma en su organización, si bien eso quizás le importe poco con tal de quedar bien con Morena, que retribuiría sin duda este inmenso favor que le restaría sin duda votos al Frente Amplio por México.

Otra ruta, más sinuosa y compleja, es buscar la candidatura independiente, lo cual tendría un resultado parecido al anterior: carcomer al potencial electorado de la oposición.

¿Es eso a lo que aspira Ebrard? ¿Se contentará con ser el tercero en discordia pero que termina siendo facilitador electoral de “esa señora” que le ha arrebatado malamente la candidatura de Morena?

Finalmente, está la opción –remota, acaso impensable, no lo sé– de abandonar la intención de ser candidato para convertirse en el personaje decisivo del próximo proceso electoral. Es tal vez una fantasía opositora, pero no porque en la historia de México estas cosas sean inusuales es imposible imaginarlas. Ya una vez el propio Ebrard –para abrirle el paso ni más ni menos que a López Obrador en la interna perredista de 2011– dijo que “el camino está antes que el deseo”.

Hoy, humillado y ofendido por López Obrador y su partido, Ebrard está ante una situación que no admite términos medios: o convierte su derrota en un gesto de grandeza política para despejar de una vez por todas el camino a la oposición, o se empequeñece nuevamente frente al poder de la 4T, confirmando las peores sospechas de las redes sociales: que en alguna parte ha extraviado hasta la dignidad personal.

@ArielGonzlez

FB: Ariel González Jiménez

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