Este año apareció, bajo el rubro del sello editorial “Ariel”, el último libro del filósofo vasco Fernando Savater, “Carne gobernada. De política, amor y deseo”, obra que constituye un ejercicio de memoria del profesor de San Sebastián y que explica su cambio ideológico por la evidente decadencia política y cultural de Occidente.

La carne gobernada es un plato tradicional de la cocina asturiana que se elabora muy lentamente, hoy difícil de encontrar en los restaurantes españoles. En él, las partes más duras y magras de la res se guisan durante horas hasta desmenuzarse. La metáfora le sirve a Savater para presentarnos, a fuego lento, los últimos avatares de su vida, incluyendo su desencanto con la llamada izquierda, mismo que desembocó en su fulminante despido de “El País” —diario del que fue fundador—, como consecuencia de la mutación de ese medio informativo de heredero de la Ilustración a un órgano gubernamental —en España y en México—, amparado en mediocres propagandistas que defienden a “socialistas del oportunismo”, impulsores de “disparates sectarios”.

Para Fernando García Ramírez, Savater escribe con un “aire de libertad que recorre cada una de sus páginas. Libertad de pensar sin ataduras, libertad de expresarse sin temor a las críticas de amigos y enemigos, libertad de estilo (desparpajado, menos organizado). Se lee en sus páginas a un autor que disfruta con su sinceridad”. Así, el pensador reconoce que se ha “curado del izquierdismo a palos”, por ser una diluida ideología de talante oportunista que “puede ser nefasta a poco que la dejen”.

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Savater denuncia la hipocresía de ciertos votantes: aunque “estén decepcionados de los políticos de izquierdas y sus turbios cambalaches, nunca aceptarán ninguna idea que venga de la derecha por eficaz que resulte”. Para él, “las personas de izquierdas […] no viven de manera fundamentalmente distinta de las de derechas. Buscan su provecho y el de su familia, tienen claro sus derechos y dudan de sus obligaciones, rehúyen el bulto si enfrentarse a las injusticias gubernamentales comporta riesgos, quieren lo mejor para todos, pero sin sacrificios personales”. Sólo sufragan por esa ideología, porque “están seguros de que ese gesto borra los pecados políticos de su alma”.

Los regímenes de izquierda se sostienen en dos premisas: su aparente buena voluntad y que impiden gobernar a la derecha, aunque cometan los mismos errores y abusos. Sostenidos en estas improntas, siempre justifican sus “estupideces y mangoneos”, mientras que condenan el perverso afán de lucro de la derecha y critican todo lo que esta promueve, “aunque sea repartir a los niños regalos de navidad”. Así, “la izquierda ideológica es sólo un apósito para tener buena conciencia y excusar atropellos ajenos y propios. Lo mismo que el creyente podía pecar cuanto quisiera, que la fe lo salvaba, el creyente de izquierdas puede vivir y hacer negocios como el más acaparador de los burgueses y votar a los mastuerzos más connotados del espectro político, que su filiación izquierdista lo purifica de toda culpa: malos, lo que se dice malos, son sólo los de derecha”.

Según Savater, la izquierda conserva su buena fama, a pesar de sus reiterados fracasos, por la indulgencia de juzgarla por sus intenciones mientras que a la derecha se le califica por sus resultados. El ideal siempre permanecerá impoluto, aunque quienes lo predican sean “torpes, hipócritas, no tengan ni idea de cómo conseguirlo o, aún peor, logren con sus medidas políticas lo contrario de lo que persiguen”.

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