Agustín Lara fue en todo momento un hombre que amaba la poesía, misma que reflejaría en sus composiciones y que le valdría ser reconocido como el “músico-poeta”. De acuerdo con Guadalupe Loaeza y Pável Granados, en su libro Mi novia, la tristeza, en sus canciones es notoria la influencia de la lírica española, de la literatura francesa —no debe olvidarse que Lara estudió en el Lycée Fournier— e, incluso, de los versos de varios escritores mexicanos.
Los autores destacan el caso del poeta zacatecano Manuel de la Parra (1878-1930), en particular, de “Un cuento de Grimm”, en el que “el enamorado le pide a Ruiponche (Rapunzel) que eche sus cabellos para subir a la torre; cuando —una noche— la princesa se decide a abrir la ventana y lanzar una larga cabellera, el poeta exclama: ¡Cabellera honda/ cual mi pensamiento!/ Larga cabellera/ Por donde en silencio/ el mundo más puro/ e ideal asciendo. […]. En ‘Cabellera negra’, el bolero de Agustín estrenado en 1931, se evoca este poema: Cabellera negra/ como mi destino,/ seda ensortijada/ que ha sido embrujada/ con filtro divino”.
Esta presencia confirma que “el flaco de oro” fue un buen lector de poesía y que estaba informado de las novedades literarias. Además, en sus inicios, si bien la música siempre fue lo primordial, el joven hizo algunos pininos en la composición poética y convivió con otros muchachos que tenían sus mismos intereses. Sin embargo, no existían rastros de esos primeros intentos, hasta que algunas de mis investigaciones hemerográficas revelaron lo siguiente:

El 16 de abril de 1916 apareció el nombre de Lara en el periódico El Pueblo, dirigido por Rodrigo Cárdenas, en una sección dedicada a las plumas jóvenes, como autor de un soneto alejandrino titulado “Del misterio”: Huele a rosas… los salmos de un tramonte dorado/ se oyen por el camino… Pasa la caravana:/ la caravana de almas que va hacia lo ignorado/ llevándose el recuerdo de una imagen pagana…/ Y la visión se muere… Es la hora del ensueño…/ Náufragas del crepúsculo aparecen las rosas…/ En el estanque lloran las aguas silenciosas/ acogiendo los cisnes que se entregan al sueño…/ Unos labios sollozan una plegaria quieta, que parece esfumarse melancólicamente/ diciéndonos muy quedo la confesión secreta…/ El corazón bohemio late pausadamente,/ contemplando en el fondo del paisaje violeta,/ dos bocas que se juntan apasionadamente.
A falta de otra información, quizás esto podría considerarse como la primera composición lariana que se difundió entre el público. Una vez que le mostré el poema a mi amigo Guillermo Sheridan, no le pareció nada mal para la época, lo ubicó en un romanticismo tardío, con ecos de los modernistas españoles Salvador Rueda y Pedro de Répide, incluso con el influjo de Enrique González Martínez y Ramón López Velarde, lo que revelaría que Lara conoció La sangre devota que apareció ese año. Este ascendiente refuerza por qué Carlos Monsiváis lo llamó “el último modernista”. Sumado a lo anterior, en el mismo periódico se publicaron unos versos titulados “Bohemia”, escritos por Luis Alva —un misterioso amigo—, dedicados a Lara “fraternalmente”.
Un hallazgo más se puede advertir en un anuncio del diario tapatío El Informador, en 1929, donde se da noticia de la próxima presentación del pianista, el martes 26 de noviembre, en el Teatro Principal de Guadalajara. La invitación resulta simpática, pues se le promociona como el “célebre compositor de ‘Júrame’”, cuando bien se sabe que la autora de dicho bolero es María Grever.