Quizá llegó el momento de aceptarlo. Ya ni siquiera podemos agarrarnos del hoy desgastado “contra las potencias, México se crece”.
La Selección Azteca ya no es competitiva fuera de la Concacaf. Suena fuerte, pero es real. Y no, no es culpa de Javier Aguirre.
El entrenador, evidentemente, es parte del problema, pero no le podemos atribuir un porcentaje amplio del porqué el equipo nacional es lo que es.

Entre 1994 y 2018, México siempre finalizó entre el lugar 11 y el 15 en los Mundiales.
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En ese mismo periodo, el cuadro verde (que ya es un decir, porque casi nunca usan el color principal) obtuvo dos subcampeonatos en la Copa América, un oro olímpico y —tal vez— lo más importante: El respeto del planeta futbol.
México era ese seleccionado que siempre se le atragantaba a los mejores y con aspiraciones serias de colarse a los cuartos de final del Mundial.
Hoy, el futbolista nacional es menos competitivo que en años anteriores. Contra rivales europeos, sudamericanos y asiáticos, se nota la gran diferencia.
El combinado nacional sufre demasiado ante escuadras que juegan con la intensidad y el ritmo que caracterizan al juego moderno.
La ejecución a máxima velocidad no es una característica que distinga a nuestros gallardos futbolistas y eso, en la alta competencia, es un lastre muy grande.
En este 2025, el equipo que comanda el Vasco se enfrentó a seis rivales de otras confederaciones. Dos, clubes: Inter de Porto Alegre (victoria de 2-0 contra el cuadro no estelar) y River Plate (derrota por 2-0).
Suiza y Turquía fueron los rivales europeos. Los helvéticos exhibieron a la Selección Azteca y ganaron por 4-2; los otomanos bailaron a México, pero los de Aguirre ganaron por la mínima.
Por cierto, a esa misma Turquía que superó en el juego a México, España le metió seis goles este fin de semana.
Arabia Saudita y Japón fueron los rivales asiáticos del conjunto nacional.
A Arabia, le ganaron (2-0) en la Copa Oro y los nipones superaron a los mexicanos durante lapsos grandes del partido, aunque la cosa quedó empatada sin goles.
Seis rivales (ninguno de ellos de la élite mundial) y los resultados, pero en especial el funcionamiento, dejan claro que de 2022 para acá no hubo evolución alguna. No aparecieron futbolistas que cambien la ecuación.
Los invito a hacer el siguiente ejercicio: ¿Cuántos de los hoy titulares podrían serlo en los Mundiales del periodo antes mencionado?
Son casos excepcionales, como el de Raúl Jiménez, o los que jugaron las copas de 2014 y/o 2018, y eso es muestra —también— de la falta de recambio generacional.
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