Hay una diferencia fundamental entre el cortometraje Thunder Road (2016) y su versión larga, que ahora se proyecta en México. En el corto, Jim Cummings , el director, guionista y protagonista de ambas versiones, canta y baila el tema “Thunder Road” de Bruce Springsteen tras un incómodo monólogo en un funeral. En el largometraje también llamado Thunder Road (2018), Cummings sólo baila al final de un soliloquio casi idéntico porque la grabadora de su protagonista se descompone y no puede reproducir el disco. “Thunder Road”, de Springsteen, resulta en la versión original un accesorio humorístico, pero en este apéndice donde jamás la escuchamos, la canción es discretamente el tema y la guía de todo el metraje. Si en buena medida la música de Springsteen es el lamento o la fantasía del perdedor estadounidense, Cummings parece crear a partir de esa idea patéticos monólogos donde el protagonista se humilla hasta encontrarse desamparado y desnudo —literalmente, en una escena—. Su viaje hasta el fondo de la desgracia le mostrará que la única salida, como dice un lugar común, es hacia arriba, y evoca, al mismo tiempo, al borracho en la taberna que recuerda su adolescencia muerta en “Glory Days” y a los amantes que escapan en la incertidumbre de la noche en “Born to Run”. Cummings no necesita reproducir “Thunder Road” o cualquier otra canción de Springsteen porque su filme las expresa a todas ellas.

Esto no quiere decir que Cummings haya hecho un trabajo del todo excelente, pero sí, en muchos sentidos excepcional, que además es parte de una tendencia que busca revaluar nuestra idea del humor. De Bob Newhart a Andy Kaufman, entre los comediantes estadounidenses ha habido siempre experimentadores memorables cuyos chistes se entienden más, y mejor, como retos lanzados a la audiencia. Lenny Bruce abusó de la vulgaridad para destruir a la moral cristiana, mientras que Kaufman hacía a su público preguntarse si su ineptitud para hacer reír era una rutina o una carencia genuina. Maren Ade recogió esta tradición con el incómodo humor de Toni Erdmann (2016), y recientemente Michael Angelo Covino añadió al humor miserable de Newhart un formalismo inesperado en The Climb (2019). Las escenas de este filme se basan en largos y cuidadosos planos secuencia que sugieren cierta familiaridad con los planos inagotables de Cummings en Thunder Road . La primera escena —que es el corto entero, de hecho— es un plano general que se cierra lentamente al rostro del personaje, cuyas acciones y palabras se sincronizan con la cámara para mostrar, primero, su torpeza física, y, finalmente, sus lágrimas. A lo largo de Thunder Road hay varias escenas muy similares en las que, para bien y para mal, Cummings nos demuestra que hay un actor dirigiendo la película y haciendo lo posible por resaltar su papel.

Más que contarnos la historia de Jim Arnaud (Cummings) en su intento de sobreponerse a la muerte de su madre y al juicio por la patria potestad de su hija, Thunder Road es una colección de momentos que abarca desde secuencias de acción en el trabajo policiaco de Jim hasta sus patéticas rabietas donde le gana el llanto a los gritos. Es en estos monólogos donde el formalismo de Cummings como actor y director se conjuga de manera formidable. Probablemente un director convencional sólo habría filmado a Jim para luego mostrarnos las reacciones de su público, sin embargo Cummings nos pone a nosotros, la audiencia cinematográfica, en el lugar de quienes lo rodean mediante planos como el que describí antes. Su sentido del humor también provoca una reacción ambivalente porque las penas de Jim son hasta cierto punto cotidianas, y su dolor no es expresado como una payasada sino como una honda angustia que, en su histérica personalidad, resulta hilarante. Con su humor subversivo e incómodo Cummings nos cuestiona al mismo tiempo que nos invita a burlarnos de Jim.

Desafortunadamente los monólogos alcanzan la monotonía después de varios de ellos, y la ausencia de una indagación psicológica en las responsabilidades de Jim lo dejan plano, como al Coyote de Warner en muchas de sus incursiones contra el Correcaminos. El genio de los hermanos Coen en una comedia similar, Un hombre serio (A Serious Man, 2009), estaba en emplear la repetición como un símbolo de monotonía y sinsentido, y la ausencia de responsabilidad como una sátira de la religiosidad que busca la culpa en el cielo y no en la pasividad de las acciones. Cummings, al igual que Covino, invierte su imaginación casi por completo en los recursos visuales y las situaciones pero se olvida de hacer de su protagonista algo más que un fracasado. Entonces, si bien hay una expresión de lo que pasa en las canciones de Bruce Springsteen, en Thunder Road no encontramos lo que se siente el haberlas vivido. Esto no demuele el esfuerzo de Cummings, que sigue siendo singular, pero lo ciñe a la promesa de algo mejor que todavía está por filmarse.

Twitter:@diazdelavega1

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