Decía el teórico literario ruso Víktor Shklovski que el estilo define los temas de una ficción, es decir, el autor decide el comportamiento de sus personajes y de la trama a partir de las decisiones estilísticas que desea explorar. Esto contradice el estereotipo del artista como imitador de la naturaleza y lo describe, más bien, como un rival que intenta construir su propia versión del mundo. A veces la ficción es reconocible y hasta se confunde con cosas que hemos visto en nuestras vidas; a veces sólo se parece marginalmente, como en todo el arte inspirado por Bertolt Brecht , que sugiere la diferencia indisoluble entre lo real y lo inventado. Sin llegar a ninguno de los dos extremos —o, más bien, tocando ambos—, el cine del taiwanés Edward Yang demostró, con su melancolía, su silencio y la simetría entre los primeros y los últimos minutos de sus películas, que un plan maestro sometía a los personajes; sin embargo, el melodrama de historias sobre amores perdidos, coincidencias y muerte, les daba una vivacidad que contrastaba con el estilo parco. El equilibrio resultante daba a las tramas más excesivas un semblante de veracidad.

Películas como A Brighter Summer Day (Gu ling jie shao nian sha ren shi jian, 1991) o Yi Yi (2000) se tratan tanto de unas vidas excepcionales como de los silencios entre cada disparo; también se tratan de lo que sugiere la forma de cada una, es decir, en ellas la coincidencia, las conexiones, los paralelos, son algo más que recursos melodramáticos: son temas. Esto nos lleva a The Terrorizers (Kong bu fen zi, 1986), una película donde protagoniza de manera más explícita esa tensión entre lo artificial y lo verosímil. A lo largo de la trama, Zhou Yufen (Cora Miao), una novelista desilusionada que imagina la posibilidad de otra vida —como varios personajes de Yang— le explica un par de veces a su esposo, Li Lizhong (Lee Li-chun), que las novelas no deben ser confundidas con la realidad; sin embargo, la segunda vez que lo dice acaba de escribir una ficción donde cuenta cosas que hemos visto sucederle. Entonces, ¿las novelas contienen a la realidad o no? ¿Qué pensaba realmente Yang? Tal como lo revelan sus películas, y The Terrorizers en particular, sus ideas parecen resolverse en la paradoja: la ficción es y no es la vida.

En el desenlace de The Terrorizers la paradoja se manifiesta como tema y estilo cuando el final de la novela de Yufen se hace realidad; inmediatamente después vemos un desenlace alternativo donde sucede otra cosa. ¿Cuál es el que sucedió? De ser el primero, la ficción es afirmada como testamento y profecía: lo vivido se convierte en palabras o imágenes y aquello por vivir pero ya descrito en la imaginación se convertirá en hechos. De haber sucedido el otro desenlace, Yang nos estaría mostrando cómo se destruye un iluso que quiso vencer la realidad con sueños. Al final cada espectador elige y revela así su propia relación con el mundo. En cambio, todos los demás elementos de The Terrorizers se mantienen ambivalentes, como habitados por un forcejeo.

Ya desde el principio es fácil notar que Yang no está tan interesado en recrear la vida como es. Una mañana la luz comienza a bañar Taipei; una sola patrulla se dirige a alguna emergencia mientras se atraviesan las primeras horas de todos los protagonistas.

Yufen quiere reescribir su novela; Lizhong no sabe consolarla porque nunca ha leído sus libros. Chiang (Ma Shao-chun), un joven fotógrafo, se levanta para ir adonde se dirige la patrulla: un enfrentamiento entre la policía y los inquilinos de un departamento donde vive Chu An (Wang An), de quien va a enamorarse. El oficial al mando es Ku (Ku Pao-ming), uno de los mejores amigos de Lizhong. Ya los vínculos entre los personajes y el montaje que ubica unas vidas en paralelo con las otras nos describen una serie de coincidencias imposibles; la balacera en sí resulta una de las más extrañas y sensacionales que haya visto.

En vez de imitar los movimientos de una balacera real, la cámara se mantiene fija. Un bando suelta un disparo o dos; el otro responde. Casi no vemos ni las armas ni a sus portadores y en el momento más intenso la cámara observa, tiesa, cómo empiezan a despedazarse unas ventanas. La realidad es solamente la inspiración de una poesía que se construye con tiempo y silencio. Los segundos se transparentan como no lo harían en un enfrentamiento real y, a momentos, Yang suprime información visual, es decir, algunos planos no se entienden del todo porque vemos una acción empezar en uno y terminar en otro pero no vemos lo que pasa en medio. La confusión y la contemplación de detalles tan inesperados como un chorro de agua vencen cualquier convencionalismo y desafían nuestras expectativas. No sobra subrayar la rima de esta balacera en los primeros minutos de la película con los balazos en los últimos. Yang da la impresión de un minimalista rígido que se concentra más en su estilo que en la humanidad de su historia, pero pronto la trama empieza a apoderarse de la forma.

El matrimonio de Lizhong y Yufen se deteriora hasta el punto en el que ella decide irse de casa. En otro paralelo artificioso, Chiang deja a su novia, obsesionado por una imagen que tomó de An en la balacera. La emoción que disipa el rigor la encontramos no sólo en estas separaciones sino en un plano donde Yufen le explica su desazón a la cámara, que simula la perspectiva de su esposo. Es una imagen-afecto, en el vocabulario fílmico de Giles Deleuze, que no sólo busca conmovernos con las palabras de esta mujer decepcionada. Si en buena parte de la película se impone la distancia entre la cámara y los personajes —esta tendencia llegaría a un punto radical años más tarde en Yi Yi—, aquí es la imagen por sí misma la que nos regresa al fin a una dimensión donde los personajes, y Yufen en particular, no son sólo marionetas en un juego de significaciones; Yang nos regresa al universo del gesto para recordarnos que estamos viendo gente. Pero al igual que con el desenlace, una tensión no vence a otra. Yang hizo un cine de convivencias antagónicas donde lo artificioso se resalta frente a lo realista y donde lo frío intensifica lo cálido pero también viceversa. El mundo de Edward Yang es también el del yin.

The Terrorizers está disponible en MUBI: https://mubi.com/es/films/the-terrorizers

Twitter:@diazdelavega1

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