Como parte de un ciclo llamado Fracasos Perfectos, Mubi está presentando —ya se extraña decir proyectando— Night Moves (2013), dirigida por una de las mayores cineastas estadounidenses en el panorama contemporáneo: Kelly Reichardt. El título del ciclo alude a la idea de que poca gente vio o disfrutó las películas que se presentan en él pero que fueron programadas para recibir al fin su merecido aprecio. Con eso en mente, uno podría seleccionar no sólo Night Moves sino la filmografía entera de su directora. Saboteadora magistral, Reichardt ha sabido vadear el pantano de la producción y distribución estadounidenses colaborando con actrices y actores que el público masivo reconoce pero que se arriesgan como pocas estrellas. Kristen Stewart, Jesse Eisenberg, Michelle Williams, Laura Dern, Peter Saarsgard, Dakota Fanning, Paul Dano, le han servido a Reichardt para atraer un público más grande que, en el entendido de que van a ver una película independiente, esperan algo como La red social (The Social Network, 2010) o Triste San Valentín (Blue Valentine, 2010).

El sutil minimalismo de Reichardt debe ser, para estos espectadores, un mazazo. Por eso las bajas calificaciones de sus películas en IMDB, pero si algo nos han enseñado el neofascismo europeo y estadounidense es que la democracia no representa la opinión más matizada sino la más popular. En ese sentido Reichardt representa la venganza del cine marginal. La directora es una infiltrada que nos promete ver a Michelle Williams con una perrita en Wendy and Lucy (2008), pero la perrita desaparece pronto y la trama no discute la pobreza o la marginalidad que envuelve a la protagonista. Están ahí, en el fondo, pero la narrativa se concentra en el intento de Wendy (Williams) por reencontrar a su única amiga. Ciertas mujeres (Certain Women, 2016) me parece feminista, pero no como le gusta a Hollywood: explícita y exuberante en discursos de empoderamiento. Las mujeres que la protagonizan están tristes, abandonadas en un cuarto de hotel, desesperadas por la indiferencia de la otra mujer que aman. Lo más impactante que pasa es una inofensiva situación de rehenes que se resuelve casi en silencio y que se hunde en las páginas interiores de un periódico local.

Imaginen, entonces, qué clase de película es Night Moves, que trata sobre un acto de sabotaje llevado a cabo por ambientalistas. Cuando comienza —e incluso cuando termina— sabemos poco o nada sobre los personajes protagónicos. Si conocemos la sinopsis, entenderemos que Josh (Eisenberg) y Dena (Fanning) están en una presa porque planean ponerle una bomba. De lo contrario, su paseo a lo largo de la presa podría parecer inocente. Después de eso ambos van a un spa donde hay mujeres desvestidas y sumergidas en tinas. Su desnudez no padece el énfasis de la mirada masculina ni el torpe ocultamiento de un moralismo simplón. El desnudo es normal; los cuerpos, opuestos a las portadas de revista, y aunque poco tiene que ver con la trama o los temas de la película, esta escena demuestra la síntesis y la mirada inmensa de Reichardt. Su obra no cuenta ni ensaya: observa e invita a descifrar.

Más adelante, en la comunidad rural donde viven Josh y Dena, una directora presenta un documental sobre el calentamiento global en una manta que no deja ver bien la proyección. La escena pareciera sugerir, por un lado, la conducta guerrillera de los ambientalistas, y por el otro la insignificancia del cine como arma revolucionaria. Josh y Dena están en la proyección. No sabemos qué piensan de la película pero vemos al público cuestionarla: es muy alarmista, es inefectiva. Probablemente los protagonistas piensen igual, sobre todo considerando que, para Josh, bombardear la presa va a hacer que la gente al fin piense.

Uno podría asumir, por todo esto, que Reichardt hizo una película reaccionaria, una advertencia contra quienes intenten desordenar el sistema, pero sería una hipocresía de su parte, cuando ella está haciendo exactamente lo mismo. Además, durante la preparación del ataque Reichardt introduce momentos de suspenso que ponen a la audiencia del lado de los personajes. Tememos que los atrapen y que el plan falle cuando Dena tiene que convencer a un hombre de que le venda nitrato de amonio. Pasa lo mismo cuando un campista se les acerca a ella y a sus cómplices a unas horas de comenzar su operación. También hay algo de humor en la escena. El tipo busca hacer amigos pero los extraños le responden desdeñosamente o lo ignoran hasta que se va con todo y sus anécdotas de los salvajes años 80.

Además de vincularnos con los protagonistas mediante la tensión, Reichardt logra cierta identificación al eludir juicios morales. De hecho, apenas si describe el carácter de cada personaje. Josh casi no habla; Dena es entusiasta y sabemos nada más que es una muchacha adinerada; Harmon (Saarsgard) es un ex marine un poco más efusivo, seductor y torpe que suele poner a Josh nervioso con sus errores, pero eso es todo. No hay diálogo ni escenas expositivas que nos expliquen motivaciones o psicologías, sino silencios y momentos anodinos que ocultan pero al mismo tiempo humanizan. Cualquier espectador podría encontrarse a sí mismo en uno o en los tres personajes porque lo poco que nos dice Reichardt de ellos los hace cualquiera de nosotros. Como Whitman, contienen multitudes.

Las situaciones más espectaculares se comportan igual. El momento climático de la explosión sería, en casi cualquier otra película, el más caro de la producción. Quizás una réplica de la presa se vendría abajo en espectaculares imágenes o tal vez se simularía el derrumbe con efectos digitales. En Night Moves no vemos nada. La explosión se oye a lo lejos mientras los personajes se alejan en coche. A lo largo de la trama hay sexo y muerte, pero Reichardt sólo los sugiere con sonidos o imágenes que ocultan el espectáculo de ver a un ser humano extasiado o respirando por última vez. Más que una convicción estética, esto expresa también los temas de Night Moves: la violencia aislada se diluye en silencio. Más que un filme político, Reichardt nos presenta un sincero retrato de la convicción ideológica y la subversión solitaria. Quizá su voz se escuche en el dueño de una granja donde trabaja Josh cuando explica que sólo reventando 12 presas prestaría atención la sociedad. Perdidas las ilusiones, ante la intrascendencia y el daño colateral sólo queda la culpa.

No se puede soslayar ni dejar de insistir: con su traición a las convenciones visuales y narrativas, Night Moves se define como una de las películas más originales de su clase, al igual que otras películas de Reichardt que voltean y transforman el western, el intimismo y la película de mascotas en trascendentes experiencias de lo trivial. Reichardt no nos muestra lo extraordinario porque su fin es hacernos valorar lo que hemos visto mil veces. Su cine, entonces, es también una pugna en favor de la realidad. Las grandes historias no se viven como las contamos; se respiran con un poco más de ansia, pero con el mismo oxígeno que cuando hacemos el desayuno. Entre lo ordinario y lo inédito sólo cambia la percepción, pero el mundo, indiferente y mudo, es siempre el mismo.

Night Moves se presenta ahora en Mubi: https://mubi.com/es/films/night-moves-2013
Twitter:@diazdelavega1

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