Hace unas semanas apareció un formidable contendiente al hilo más desinformado e involuntariamente machista de Twitter. Un usuario angloparlante —no sé de dónde sea y, ya que la estupidez individual no define al país, no pienso adivinarlo— asume que las directoras tienen un estilo menos llamativo que el de los hombres y que por eso la Academia no les hace caso. Debe haber sexismo en la Academia de Hollywood, por supuesto, y probablemente eso esté involucrado en la indiferencia hacia directoras como Lulu Wang y Greta Gerwig . Pero de eso a decir que los estilos de Agnès Varda , Yuliya Solntseva o Chantal Akerman sean discretos, o a generalizar, como cuando el misógino V.S. Naipaul dijo que las mujeres escriben distinto de como lo hacen los hombres, ya requiere de cierto talento. Para terminar con el cuestionable hilo y empezar a hablar del estreno más popular de la semana, me gustaría añadir que Gerwig, el origen de la controversia, no tiene un estilo discreto. Tampoco es subversivo, en absoluto, pero sí me parece más cinematográficamente creativo que el de su compañero sentimental, Noah Baumbach , que sólo utiliza la cámara en función de las actuaciones.

Aunque el anterior éxito de Gerwig como directora, Lady Bird (2017), no mostraba del todo su curiosidad cinematográfica, me pareció una película correcta en la técnica y tierna en las emociones; Mujercitas ( Little Women , 2019), su más reciente trabajo, repite el tono de su predecesora pero se arriesga un poco más en el estilo, sobre todo a partir de una narración que fragmenta los tiempos y opta por ordenarlos desde las emociones. Gracias a ello la vida de las protagonistas no parece planeada de la inocencia a la pérdida, sino recordada en ese sentido por alguna de ellas. Ese es el rasgo más obvio de la técnica en Mujercitas pero hay otro, no sutil, aunque quizá difícil de notar, que me parece muy significativo.

Gerwig emergió como estrella del mumblecore de Joe Swanberg y los hermanos Duplass en un cine que aspiraba a representar con cierta autenticidad las desilusiones y los amores de los primeros millennials en llegar a los 30. Aunque en 2008 Gerwig decidió dirigir su propia película mumblecore con Noches y fines de semana ( Nights and Weekends ), su carrera como actriz comenzó a imponerse y pronto empezó a aparecer como personaje secundario en películas más comerciales hasta que llegó su obra maestra, Frances Ha (2012). Además de darle un protagónico inolvidable, la película demostró que su protagonista puede haber dejado el mumblecore pero éste nunca la abandonó a ella. Gerwig escribió Frances Ha con Noah Baumbach , el director, y, entre eso y la naturalidad de su volumen y tono de voz, sus diálogos dan la impresión de estar improvisados. La hiperactividad de Frances, que se mueve toda o enfoca su ansiedad en las manos, captura a la perfección a una niñota, tan encantadora como inmadura, en su involuntario viaje a la vida adulta.

En Lady Bird podíamos ver que estas características se habían transferido a su protagonista, interpretada por Saoirse Ronan , y en Mujercitas también, pero al tratarse de una película situada a mediados del siglo XIX, llaman la atención por anacrónicas. En una escena Laurie ( Timothé Chalamet ) y Jo ( Ronan ) bailan desordenadamente y evocan más a un par de alegres punks que a los burgueses estadounidenses en el periodo posterior a la Guerra Civil. Amy ( Florence Pugh ) actúa como una niña contemporánea, emberrinchada porque no pudo ir al teatro con sus hermanas. Por supuesto, no soy un experto en las convenciones sociales del siglo XIX, pero no recuerdo ver comportamientos así en las películas de época de Luchino Visconti . En cuanto al motivo, no estoy seguro de que Gerwig quiera hacer una gran declaración posmoderna pero, al respetar su propio carácter, crea una singular visión de la juventud moderna que se impone sobre la norma de representación decimonónica.

Fuera de eso, Gerwig tiende a obedecer a las convenciones del cine industrial. La fotografía de Yorick Le Saux es profesional pero inexpresiva. A diferencia de sus colaboraciones con Olivier Assayas y Jim Jarmusch, sus imágenes en Mujercitas sirven más para saber quién está hablando que para elaborar un discurso por sí mismas. La música de Alexandre Desplat se comporta de manera obvia para indicarnos el tono de las escenas, que se reduce a dos: juguetón o triste, mientras que el guión tiende a discursos donde se nos habla de la dureza de ser mujer, aunque resulta redundante si ya lo estamos viendo representado. Nada de esto me es particularmente ofensivo, pero sí hay, a mi gusto, un crimen: las apariciones de Eliza Scanlen como Beth March. Sus hermanas son todas interpretadas por estrellas —Ronan, Pugh y Emma Watson—, y cuando nos enteramos de la enfermedad de Beth, sabemos, por el estatus de Scanlen, qué va a pasarle. No sólo eso: su personaje es el menos desarrollado en una historia que, por la forma fragmentaria en que está contada, no se interesa tanto en el carácter como en el tono.

A pesar de estos deslices, creo que Gerwig tiene más mérito como directora que Sam Mendes o Todd Philips . Su carrera muestra un crecimiento tan sostenido como su carácter alegre, y tiene cosas mucho más importantes que abordar que la tristeza de un incel o la cuestionable belleza de la guerra. Un día lo logrará, pero, eso sí, no será gracias a torpes argumentos de Twitter.

Twitter:@diazdelavega1

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