Es común escuchar o leer que algún artista fracasó en su representación de la otredad, es decir, en el intento de compadecerse del sufrimiento ajeno, probablemente intervino la lástima y el artista terminó caricaturizando a la gente que decía defender. En la literatura pasó recientemente con la controversial novela American Dirt , que, según críticos y lectores, manifiesta una idea profundamente imaginaria de unos migrantes mexicanos. La ignorancia de la autora, Jeanine Cummins, es tal, que el hijo de la protagonista lleva el mexicanísimo nombre Luca, en vez de, siquiera, Juan o Pedro. Ante catástrofes como American Dirt , y películas como Parque Jurásico ( Jurassic Park , 1993), donde los costarricenses escuchan mariachi, o Una vida oculta ( A Hidden Life , 2019), donde los austriacos buenos hablan inglés y los malos, alemán, aunque en la región donde se sitúa la película se habla el bávaro, es importante preguntarse, ¿puede un artista representar con fidelidad las culturas y los problemas de otros?

En cierta medida, el director anglo-iraní Babak Jalali logra capturar con autenticidad la vida y la desgracia en una reserva para indígenas estadounidenses en Land (2018). No me atrevo a señalarla como un ejemplo impecable de representación de lo ajeno porque la película se excede en las penas de una familia que termina representando a todos los sobrevivientes de la colonización, Custer, el western y las expropiaciones del gobierno estadounidense. Sus vidas son tan desgastantes como la erosión que esculpió torres en los desiertos estadounidenses, pero cualquiera sabe que en la realidad, por cada pena, existen también alegrías o momentos sin emoción donde el tiempo se manifiesta en la espera. Afortunadamente Jalali nos muestra algunos de estos instantes para compensar el melodrama y resaltar las virtudes de su película.

Land podrá estar situada en Estados Unidos pero no expresa el cine estadounidense. Esto no lo pienso solamente porque la produzcan otros países o porque en realidad se haya filmado en México, sino porque el cine industrial de nuestro vecino —y hasta el independiente— suelen abordar el mundo desde la prisa y el drama, mientras que Land narra una historia estadounidense con una sutileza desafiante. Un plano, por ejemplo, destaca en contraste con una escena muy similar en la filmografía de Steven Spielberg. En Rescatando al soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998) la madre del personaje titular lava los platos cuando observa un auto del ejército levantando el polvo en su idealizada granja de Iowa. La mujer sale al porche para recibir el auto, pero, desde el interior de la casa, la vemos echarse al piso cuando salen de él un sacerdote y un oficial del ejército. El color dorado, la música melancólica de John Williams y las acciones de los personajes subrayan con sentimentalismo las noticias funestas. En Land nos encontramos con una escena más económica en sus recursos expresivos: una mujer lava los platos y por la ventana que tiene enfrente se asoma un vehículo de la fuerza aérea. En el mismo plano vemos a todos los personajes acercarse en el exterior y discutir algo mientras el agua de la llave sigue corriendo. La escena y el plano terminan cuando la mujer regresa al interior de la casa, aspira su nariz en el único gesto que nos sugiere su tristeza y finalmente cierra la llave del agua. Todo pasa en silencio.

Hay otra escena más drástica en Land donde un hombre le dispara a un perro pero Jalali evade el sentimentalismo de manera muy similar a lo que ya describí. No estamos, insisto, ante una película convencional sino ante una cercana al cine británico que representan Ratcatcher (1999) y Ray & Liz (2018). Influenciadas por la Nueva Ola Británica de Karel Reisz y Tony Richardson, estas películas suman a una intención documental la sutileza y el misterio de Bresson para narrar la vida de la clase trabajadora inglesa, aunque a menudo sus tramas resultan más sórdidas que las de sus predecesoras. Y ese es el problema que, como ya lo adelantaba, restringe la excelencia de Land .

La trama sigue a una familia indígena tan atracada por los Estados Unidos blancos, anglosajones y protestantes, que ni siquiera hablan su idioma ancestral y por ello, en parte, no sabemos a qué grupo pertenecen. Un hermano acaba de morir en Afganistán y el gobierno busca la forma de evitar una indemnización a la familia; otro es un alcohólico que se dedica a contar historias macabras sobre cacerías de indígenas; uno más es el patriarca que debe defender a la familia mientras sostiene la paz con los blancos. Las mujeres de este núcleo, más funcionales, los miran destruirse en nombre de otros o de sí mismos, y desde la sutileza actúan con más valentía. Cuando un mayor de la fuerza aérea trata de apropiarse del cuerpo de su hijo, la matriarca dice: “Él murió por su trabajo, no por su patria”. Este es, a mi juicio, uno de los momentos más valiosos de la película porque construye un discurso fuertemente crítico a las instituciones que el cine estadounidense oculta o anestesia. El error de Land es sacrificar la vastedad de las emociones en el proceso, pero una tierna escena de baile nos recuerda la humanidad deslavada de esta gente que, en sus momentos de silencio y cotidianidad, logra salvarse de ser sólo un artefacto de la denuncia.

Twitter:@diazdelavega1

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