La razón primigenia de la existencia del Estado es la de proveer seguridad a sus habitantes en su integridad física y en sus bienes. Puede ser deficiente en los servicios municipales, puede tener una burocracia lenta, descortés e inepta, pero no puede incumplir en su misión esencial: la protección de la gente. Sin embargo, en ese cometido el Estado mexicano ha fallado de manera rotunda.

Las cosas se empezaron a descomponer hace muchos años. En la década de los 90, mientras avanzaba la mancha delincuencial, los gobernadores de varios estados se hicieron de la vista gorda o, de plano, se coludieron con los criminales. Lo siguiente para los cárteles fue la diversificación de sus actividades: la extorsión, la trata de personas, el secuestro. Todo empezó a descomponerse.

La decisión del presidente Felipe Calderón de disponer de las fuerzas armadas para enfrentar a los criminales fue apresurada y carente de planeación, pero inevitable. ¿Debía el Estado permanecer pasmado ante la brutalidad de las bandas que rebasaban en poder de fuego a las policías municipales y estatales?

Al inicio de su gobierno, Peña Nieto le pedía a los medios de comunicación que evitaran desplegar noticias sobre la violencia criminal, creía que lo que no se veía no existía. Al final, se impuso la realidad.

Las estrategias de los gobiernos del PAN y del PRI no pudieron replegar a criminales que echaron raíces en la sociedad. Pero siendo insuficientes los esfuerzos del pasado, nada puede equipararse al infantilismo de “abrazos, no balazos” y “becarios, no sicarios” y al candor de acusarlos con sus mamás o sus abuelas. Más de 80 mil homicidios durante lo que lleva este gobierno constituyen una denuncia estentórea.

Los cárteles actúan a plena luz del día con un cinismo aterrador y los pobladores de las comunidades afectadas se encuentran en total desamparo. La visita del nuncio Franco Coppola a Aguililla exhibe los vacíos de poder que llenan los asesinos. También el exembajador Christopher Landau ha revelado su extrañeza ante la decisión gubernamental de “dejar hacer, dejar pasar”. Lo más duro es saber que nada mueve las certezas de quien vive en una realidad alterna.

Fe de “ratas”

Detrás de la tragedia del derrumbe en la estación Olivos del Metro están al menos cuatro vicios, dos de larga data y dos aportes de la Cuatro T. A la añeja corrupción y a la ineptitud, se agregan la imposición en toda la estructura gubernamental de la “austeridad republicana”: recortes criminales que están dejando sin los recursos indispensables a valiosos programas como el de instancias infantiles o el de medicamentos para los niños con cáncer; datos oficiales muestran la caída brutal en mantenimiento del Metro.

Pero está, también, la insensatez de que gobernar no tiene ciencia y de que lo que importa para nombrar funcionarios es que tengan 90% de supuesta honestidad (basta la militancia para probarla) y el resto de experiencia y capacidad.

Otras tragedias nos sacudirán. Las condiciones para que se materialicen ya están sembradas desde ahora.

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.
@alfonsozarate

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