“Lo audaz es quedarse junto a la naturaleza, que ignora nuestros desastres”. Lo anterior lo decía Pierrot (Jean-Paul Belmondo) es el clásico de Godard, Pierrot le fou (1965). Y en efecto, la naturaleza es indiferente a nuestras tragedias, nuestros crímenes y pecados.

Es el caso de Selva Trágica, cuarto largometraje de ficción de la mexicana Yulene Olaizola donde la naturaleza lo invade todo desde el primer minuto. La selva engulle a los personajes e inunda nuestros ojos. El verde hace que “todo parezca igual”, pero en realidad es que nada se repite entre este laberinto formado por maleza, árboles, insectos y animales.

Antes de saber siquiera hacia dónde va esto, nuestros sentidos ya son presa de las imágenes y de los sonidos. La grandiosa cámara de Sofia Oggioni y el diseño de audio de José Miguel Enriquez capturan la belleza oceánica de una selva que (según escuchamos mediante una voz en off) está llena de misterios y de la cual es fácil embriagarse.

Estamos a inicios del siglo XX, en la frontera entre México y las Honduras Británicas (lo que hoy es Belice). En aquella balsa que va por el Río Hondo navegan nuestros protagonistas: una joven, Agnes (Indira Rubie Andrewin), una enfermera (Shantai Obispo) y un criado (Cornelius McLaren). Los tres huyen de un “cacique inglés” que los persigue. Al parecer Agnes tenía una relación con este hombre y ante su despecho, ha decidido matarla.

La mujer es encontrada, abatida y sola, por una docena de chicleros, hombres que llevan meses en medio de la selva extrayendo de los árboles la savia que deriva en la preciada goma. Ellos también huyen de los ingleses, pero deciden quedarse con “la morenita” porque asumen que es enfermera y les sería de utilidad.

Lo cierto es que, como en aquel mito sobre las mujeres y los barcos, la presencia de la hermosa mujer (que no sabe hablar español) va causando poco a poco una tensión sensual y sexual entre los rudos (y no tan rudos) hombres que llevan ya mucho tiempo sin saber de fémina alguna. La selva será testigo de cómo los hombres comienzan a perder la razón frente a esta personificación de deseo y lujuria.

“Lo audaz es quedarse junto a la naturaleza” decía Pierrot. Lo audaz en este caso es filmar en plena naturaleza, con los animales de la selva, registrando todo el sonido, los colores y las texturas en una atmósfera siempre ominosa, tan invitante como peligrosa.

El espíritu de Herzog se posesiona de una Yulene Olaizola quien filma en estas peligrosas y difíciles condiciones, en medio de una auténtica selva, con una mezcla de actores y campesinos locales, en un rodaje que se adivina tremendamente complicado pero cuyo resultado es igualmente hermoso. La audacia (cada vez menos usual) de un director que sale a filmar en medio de la naturaleza sin red de protección aparente.

El resultado es una experiencia inmersiva, un western selvático cuya arma secreta es la mirada de Indira Rubie Andrewin que fascina a los hombres, y al público también.

Selva Trágica se estrena esta semana en la Cineteca Nacional y posteriormente se podrá ver exclusivamente en Netflix.

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