En su ópera prima, Maquinaria Panamericana (México-Polonia, 2016), el director mexicano

Joaquín del Paso mostraba el caos al interior de una empresa familiar, típicamente “godín”, que

un mal día se despertaba con la noticia de que el dueño y fundador de la misma había fallecido.

En una compañía normal, con procesos y protocolos, este hecho no detendría la producción,

pero el caso es que todos los sueldos salían del bolsillo del dueño porque la empresa tenía rato

que estaba en quiebra.

Ante la sorpresiva revelación, los trabajadores que de un segundo a otro se quedaron sin

trabajo, deciden tomar por asalto la empresa, sin lógica alguna más que la de la desesperación.

El retrato que hace Del Paso de este caos provocado por la incertidumbre y el miedo es

particularmente eficaz. Con planos llenos de personajes que van del delirio al pleno desmadre,

el cineasta demuestra una habilidad para contagiar la zozobra que provoca la incertidumbre y

el miedo en una masa de trabajadores cuya razón de ser (vivir eternamente como asalariados)

se desvanece en sus propias manos.

La solución de esta masa delirante es encerrarse en la propia empresa, “detener el tiempo”,

que nadie allá afuera se entere de la debacle y vivir en el encierro, esperando que algo

milagroso pase.

Los temas del encierro, el miedo al exterior, el delirio provocado por la manipulación y el caos,

se repiten en la segunda película de Joaquín del Paso, que llega a salas este fin de semana.

En El Hoyo en la Cerca (México-Polonia, 2022) seguimos a un grupo de pre-adolescentes de

clase alta que acuden a un campamento enclavado en algún bosque que se encuentra

colindante con un pueblo indígena paupérrimo y de pobreza extrema.

Desde que los pequeños juniors llegan al lugar se les advierte del peligro de saltar la cerca que

separa el terreno con los pobres habitantes del lugar. Su situación es tan mala que “son

capaces de todo”.

De inmediato, Del Paso siembra una sensación de zozobra y misterio que va incrementándose

por toda la película. ¿De dónde salieron estos niños?, ¿quiénes son estos profesores de

acentos raros y voces poderosas? Al ser esto un campamento religioso, uno piensa lo peor.

Pero el guión escrito por Lucy Pawlak y el propio director juega con la ambigüedad dejando que

sea el espectador quien se fabrique escenarios en su mente.

Al inicio parece que esto no irá más allá del retrato sobre la mezquindad de estos juniors, que

son enviados a este campamento que opera desde hace más de 20 años como una especie de

ritual de crecimiento y de adoctrinamiento sistemático en el odio al pobre.

Los niños se comportan particularmente crueles con el único integrante de piel morena del

grupo, un becado que no queda claro si pertenece a la clase social que domina al grupo o si se

trata simplemente de una anomalía que, como tal, habría que erradicar.

Pero la cosa se pone más interesante cuando los profesores junto con el alumnado descubren

un hoyo en la famosa cerca que los mantiene alejados de los pobladores externos. Así

comienza la paranoia, los profesores organizan pesquisas nocturnas, el miedo acecha mientras

se escuchan disparos en la noche.

Poco a poco la atmósfera ominosa va creciendo. El manejo de los espacios por parte del

director y de su cinefotógrafo, Alfonso Herrera Salcedo, resulta soberbio: no es tanto lo que se

ve en pantalla sino lo que se escucha fuera de cuadro, las pláticas furtivas de los adolescentes

quienes caen completamente (¿y cómo no?) en la manipulación a la que los someten sus

profesores.

Es en los terrenos de esta ambigüedad en los que mejor funciona la película, y al contrario,

pierde eficacia cuando la denuncia sobre la marcada diferencia de clase se hace explícita:

cierta escena donde un alto funcionario mexicano va por su hijo (herido en una riña) en

helicóptero.

Hay quienes emparentan la ambigüedad y el caos de esta cinta con Midsommar (Aster, 2019),

pero sería en todo caso más exacto apuntar las relaciones con The Village (2004, Shyamalan),

cinta donde un grupo de personas se aísla del mundo exterior en una especie de villa que

asemeja la vida en la Nueva Inglaterra del S. XVIII. Incluso en una escena de El Hoyo en la

Cerca, Del Paso pareciera hacer un guiño a la cinta de Shyamalan.

Al final, la existencia de un campamento de estas características me pareció más cercano al

cine de horrores infantiles (Stephen King) que a una realidad que sirviera para señalar el

clasicismo mexicano. Mis reservas al respecto se esfumaron cuando en plática con el director

me confesó que él estuvo en un colegio de este tipo, y en un campamento similar.

Del Paso refuerza su habilidad para retratar el caos y hacer que mediante su montaje, el miedo

nos invada, el miedo y la indignación.

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