El cine siempre ha sido un reflejo de la sociedad. Pero este año es interesante ver cómo las historias que la Academia ha elegido poner bajo los reflectores tienen una conexión tan delicada con el momento sociopolítico de nuestro planeta.

Entre las nominadas a Mejor película están títulos que provocan reflexiones profundas sobre nuestro futuro y lo que nos trajo hasta aquí. Empezando por la espinosa Barbie, que ha provocado odio y amor por igual. Pero que más allá de cómo cala entre la crítica, tiene una virtud innegable: ha movilizado a las personas a volver a llenar las salas y se ha convertido en un fenómeno.

El que la película de Greta Gerwig tenga ocho nominaciones a los Oscar, menos el de ella como Mejor directora, es como si la propia Greta estuviera viviendo el momento en el que la misma Barbie sale de su mundo para enfrentarse a la realidad de cómo, afuera del pequeño ecosistema rosa, el poder sigue estando sólo en manos de ellos.

Otra película que es una radiografía de lo que ocurre hoy es Killers of the flower moon. Martin Scorsese, además de hablar del abuso y exterminio de la Nación Osage en EU, disecciona los cimientos del país creado para primar la riqueza. Scorsese lo ha dicho desde su estreno: “habla de la avaricia americana y de cómo lo que importa es el dólar”. En un año en el que parece que Trump volverá a arrasar en las urnas pese a los graves juicios en curso que afronta, esto se hace patente.

Además, tenemos a Oppenheimer. La cinta que nos sacude al acercarnos al creador de la bomba atómica, pero sobre todo, al sistema que promovió su uso destructor. Una narrativa en la que Cristopher Nolan pone el acento en la fragilidad de la supervivencia al encontrarse en manos de un puñado de intereses y personas. El mundo estuvo a punto de acabarse sin que lo supiéramos. Y aquí estamos de nuevo, ante la perspectiva de hacia dónde irá la Tierra con el cambio climático, pero también, frente a la gran incógnita que nos plantea el uso de la inteligencia artificial.

Otra historia para erizarnos la piel es The zone of interest. Cuando Jonathan Glazer presentó en Cannes su película centrada en la vida cotidiana de un alto comandante nazi a las puertas del campo de concentración de Auschwitz, no imaginábamos que una nueva guerra estaba a punto de empezar entre Israel y Palestina.

La frialdad con la que el comandante y su familia disfrutan de un jardín cuya pared da al lugar en donde se gesta el holocausto o con la que su mujer reparte entre sus amigas objetos valiosos de los que fueron despojados de todo no está lejos de la tibieza que la comunidad internacional ha mostrado ante lo que pasa.

Que los Oscar hayan puesto en la mira estos filmes es un recordatorio de la responsabilidad que se tiene con los premios. Esta distinción potencia el que la gente tenga curiosidad por ver estas cintas y marca la aguja hacia dónde dirigir las conversaciones mediáticas. Y es que en la ficción, como en la realidad, nada es casual.

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