Tras dos décadas acostumbrada a mirar con orgullo cómo la industria del cine mexicano se posicionaba como una de las favoritas en el Festival galo, este año, la falta de presencia de nuestro país en la Riviera francesa es una bofetada de realidad.

Tras el anuncio de la Sección Oficial que acaba de dar su Delegado general, Thierry Fremáux, esta 77ª edición de Cannes por el momento ha decidido dejar no sólo a México, sino a todo el cine en español fuera de la fiesta. Y es que entre las 19 películas que competirán por la Palma de Oro no sólo falta México sino el sabor hispano.

La poca presencia de directoras es otro foco rojo que demuestra que para el festival de las vacas sagradas la equidad de género no es prioridad. Si se hila un poco más fino y se mira con lupa cuáles han sido las decisiones de este año en La Croissette, se puede identificar una clara intención. Por un lado, está la de conservar el Festival como el recinto habitual en donde los creadores consolidados expongan sus obras. Por ello, no fallan los de siempre: David Cronenberg, Yorgos Lanthimos, Fancis Ford Coppola, Paolo Sorrentino, Andrea Arnold, etc.

Y por el otro, está una clara labor de búsqueda de nuevas voces con una gran cantidad de nombres que se cuelan en las distintas secciones del Festival con sus óperas primas. Directores noveles cuya propuesta se verá cara a cara con la crítica internacional en el escenario capaz de destrozar o catapultar carreras.

Fue en Cannes en donde Quentin Tarantino se encumbró, en el que Guillermo Del Toro demostró su genialidad y en el que Alejandro González Iñárritu recibió el espaldarazo de credibilidad que lo convirtió en uno de los cineastas más respetados de su generación, por mencionar algunos.

Desde aquel Cronos (1993) o Amores perros (2000) —que triunfaron en la Semana de la Crítica y le arrebataron protagonismo a los que se creía serían los filmes rompedores de esos años—, una camada de directores mexicanos y latinos había sido parte del corazón de la competencia gala. Este año, lo que preocupa es que ni siquiera en el semillero de nuevos talentos se haya considerado a México.

Es verdad que Cannes siempre guarda sorpresas para ir salpicando el Festival con noticias y que podrían anunciarse proyectos que quiten el mal sabor de boca que se le ha quedado al cine hispano. Lo cierto es que, independientemente de que se agreguen algunos filmes que miren a estos territorios en el último momento, la pregunta que urge hacer es si se está muriendo la industria en los países que cada vez se ven más asfixiados porque el cine es considerado un lujo prescindible. Porque todo va en cadena.

Y si la producción no está sólida es imposible tener los resortes suficientes para llegar a competir en las grandes ligas. Por más talento y capacidad, el cine es un engranaje que, si no se aceita bien, se pudre. Sólo queda esperar que este año de sequía para México en Cannes sea una racha pasajera y no el comienzo de una era estéril con un oficio herido desde las raíces.

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bmc


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