En el corazón del sistema político mexicano se encuentra alojado un régimen presidencialista. En las últimas décadas diversos cambios han modificado las capacidades y facultades que tenía el jefe del Ejecutivo. Poco a poco le han quitado espacios de poder para dejar atrás a ese personaje todopoderoso, dueño sexenal del país, como lo analizó Gabriel Zaid en La economía presidencial (1987). Los órganos autónomos, la intervención de los otros poderes, las alternancias, el sistema de competencia electoral, los gobiernos divididos, entre otros cambios, han modificado de forma importante al presidencialismo y han acotado su poder. La sucesión presidencial era una de las piezas claves de esa vieja maquinaria, que hoy se encuentra en el museo de la historia. López Obrador es un presidente poderoso, pero hay que entenderlo con las claves políticas del hoy. ¿La decisión del candidato de Morena para 2024 será exclusivamente de AMLO?

En días pasados el presidente abrió la baraja sucesoria para su partido y se vino la avalancha de críticas y comentarios. Estamos acostumbrados a que lo que diga el presidente en sus mañaneras se vuelve agenda de opinión y motivo para golpearlo. Esta ocasión usó los términos “corcholata” y “destapador”. He escuchado comentarios que están fuera de foco: regresó el tapado; se usa la sucesión para distraer de los problemas que no puede resolver; es una regresión; AMLO quiere controlar la sucesión; adelanta los tiempos para seguir en campaña. Me parece que estas opiniones no dan en el blanco, no se trata del viejo tapado, ni hoy existe una estructura de partido hegemónico; no estamos en los tiempos de llevar todo hasta el quinto año para destapar al candidato.

En diversas ocasiones el presidente ha declarado que no hay certeza de continuidad de su proyecto, por lo cual quiere dejar amarrados los cambios que impulsa en reformas constitucionales. Las seis candidaturas que abrió, se dio como en una plática informal y espontánea, pero dejó una lista de los que tendrían la legitimidad, según su criterio, para ser aspirantes. Tres hombres y tres mujeres, en donde se incluye a los candidatos naturales, Ebrard y Sheinbaum, y otros, por si se necesita: Clouthier, De la Fuente, Nahle y Moctezuma. Con la clara omisión del otro aspirante, Monreal, quien también dijo que era un aspirante.

Unos días después se movieron las aguas, a Sheinbaum le gritan “presidenta” en actos del partido y de su gobierno; Ebrard hizo su reunión y declaró que sí aspiraba; Morena dijo que la selección se haría por encuesta, y Monreal descalificó el método. La especulación subió y los tiempos empezaron a correr. Tres años antes de la elección de 2024 se abre una sucesión adelantada, pero no es la primera vez, Fox lo hizo en 1997.

Cuando AMLO abre su baraja se inicia una dinámica política dentro y fuera del gobierno. En el gabinete se marcarán las acciones y todos los pronunciamientos y gestos empezarán a ser leídos en clave sucesoria, ni el presidente podrá controlar ese proceso. En la oposición se preparan para mantener la alianza con el objetivo de llegar unidos a 2024. De esta forma, la política sucesoria se empalmará con las problemáticas que tienen al país en un momento muy complicado: la seguridad y la política electoral, la crisis económica y la consulta, la pandemia, la vacunación y la tercera ola, junto con la revocación de mandato. El trabajo legislativo y las reformas que vienen tendrán el filtro del cálculo electoral rumbo a 2024, y esa dinámica se dará independientemente de los destapes y las corcholatas.

En suma, la encuesta parece ser el mal menor, pero no resuelve el tema. No estamos en los viejos tiempos del tapado y la Presidencia todopoderosa, sin embargo AMLO tendrá un peso determinante en la candidatura de su partido. Hoy domina un momento híbrido, ya no son los mecanismos de viejos tiempos, pero tampoco hemos llegado a espacios nuevos, a un proceso democrático de selección como sería tener elecciones primarias…

Investigador del CIESAS.
@AzizNassif