El rostro de doña Hilda Hurtado está pincelado por los rasgos de sus ancestros: nariz aguileña, orejas alargadas, piel tostada, chongo amerindio y ojos de oráculo. Su voz parece un eco que reproduce las enseñanzas de su cultura, nacida hace 500 años. Ella es descendiente cucapá, palabra cuyo significado es “pueblo del río”, una etnia que rinde culto a la ribera y el mar para pescar.

Su casa está a un costado del delta del Río Colorado, el cual se une al Alto Golfo de California, donde el viento bufa ardiente. Ahí se establecieron, entre Baja California y Sonora, y su liderazgo lo ejercen las mujeres, siempre mediante el consenso con los hombres.
“Hemos visto otros pueblos indígenas en los que la mujer es dócil detrás de su hombre; nosotras no, vamos a la par, no atrás”, dice Hurtado de 68 años, presidenta de la Sociedad Cooperativa Pueblo Indígena Cucapá.

A la cabeza de las decisiones, apoyadas por su pueblo, las cosas no han sido fáciles desde que en 1993, el gobierno federal decretó una reserva de la biósfera que sostienen, violó sus usos y costumbres, lo que les prohíbe pescar. “Nunca hemos estado de acuerdo en cómo se decretó”, subraya.
Con el tiempo, hubo decomisos de su producto y detenciones por parte de las fuerzas federales de seguridad, lo que detonó la defensa de la etnia, respaldada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en 2007.

Estos 24 años enmarcan la historia de la defensa étnica y judicial más importante de mujeres indígenas pescadoras en el noroeste de la República, para exigir sus derechos; la lucha contribuyó a que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) investigara el caso y presentara recomendaciones a autoridades pesqueras y ambientales.

Para Catalina López Sagástegui, directora del Programa Marino del Golfo de California de la Scripps Institution en Estados Unidos, una de las investigadoras que ha trabajado con las cucapás, ellas “se distinguen no sólo por ser mujeres al frente de las cooperativas, sino por contar con estrategias de defensa complejas de las cuales los pescadores de Bajo Río, Santa Clara y San Felipe han aprendido. Son mujeres fuertes tratando de encontrar el balance entre la cultura y un modo de subsistencia”.

EL UNIVERSAL publicó en las dos primeras partes de este reportaje  que las mujeres son una minoría en el sector  pesquero del país, con 14 mil 311 trabajadoras frente a 158 mil 227 hombres, de las cuales el 70% no tiene un ingreso fijo, según un análisis de la iniciativa dataMares y Comunidad y Biodiversidad (Cobi). La estadística oficial no hace hincapié en pescadoras indígenas en unidades económicas, a pesar de que han logrado un sistema de igualdad poco común en México.

Durante el periodo de febrero y abril el pueblo Cucapá se traslada a El Zanjón, en el Valle de Mexicali, una zona que resultó dañada por el terremoto de 2010 y que así continúa estos días. Desde ahí zarpan para pescar.

En tiempos ancestrales se realizaba la actividad con balsas de tule y cachanilla; ahora la práctican con pangas de fibra de vidrio y salen a la marea, debido a que después del represamiento del río Colorado ordenado por el gobierno de Estados Unidos se registró una escasez de especies. En unidades familiares, ambos géneros, de todas las edades, salen a pescar como sus antepasados.

De acuerdo con el libro Derechos Humanos, pueblos indígenas y globalización, coordinado por la CNDH, “históricamente, la pesca ha sido una de las actividades que caracteriza a este grupo étnico del noroeste [los cucapás] y continúa siendo una importante fuente de proteínas en su dieta cotidiana y de ingresos extra para la sobrevivencia”. 

Hoy la pesca no sólo forma parte de sus usos y costumbres, sino una actividad que  comercializan para allegarse recursos. En 1983 conformaron legalmente la Sociedad Cooperativa que encabeza doña Hilda.

Según la lideresa, las mujeres tomaron la batuta debido a que las autoridades las reprimían menos que a los hombres; en sus poblaciones hay más mujeres —53.6%—, que hombres, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), y tienden a resolver con la “cabeza fría” los conflictos.
En 1993, encararon el decreto de la Reserva del Alto Golfo de California y Delta del Río Colorado, para proteger a la vaquita marina y la totoaba, dos especies en peligro de extinción. La resistencia trajo consigo detenciones, entre ellas la de uno de los hijos de Hurtado, quien fue incluso encarcelado.

Lógica del despojo

López Sagástegui, Yacotzin Bravo Espinosa y Alejandra Navarro Smith —las dos últimas doctoras en derecho por la UNAM y  en antropología social por la Universidad de Manchester, Reino Unido, respectivamente—, detallan en el artículo Pueblo indígena cucapá: cartografía de la lucha jurídica, del libro de la CNDH citado, que “las autoridades no reconocen los derechos que este pueblo tiene de pescar ni de permanecer en su territorio. Esta falta de reconocimiento ha generado un conflicto entre los cucapás y las autoridades, que reproduce la lógica del despojo y de la invisibilización” del pueblo indígena. Doña Hilda, junto a las otras dirigentes, Juana Aguilar y Susana Sáinz, tienen claro el concepto de la  lucha que han librado en los últimos años.

“Nos ponen esa área natural protegida donde pescábamos, sin consultarnos, en un territorio ancestral de nuestro pueblo”, dice al ser entrevistada en su casa de El Indiviso por EL UNIVERSAL. 

Hurtado muestra sonriente las fotografías de su álbum familiar. “Estos son mis nietos con una curvina grandota que sacaron de las pangas”, recalca. En la imagen aparecen tres niños, dos hombres y una mujer. Los grupos de cucapás están formados por familias —detalla— que se esfuerzan en trabajar siguiendo las tradiciones indígenas.
Desde la perspectiva de López Sagástegui, también maestra en conservación de biodiversidad marina por la Universidad de California, “siempre ha existido  esa visión de igualdad al momento de participar en las tareas de pesca”.

Para la especialista, “poco a poco se fue dando esta dinámica en la que ellas toman el liderazgo en la negociación, en las discusiones con las autoridades”.
“Nunca me ha tocado ver que un hombre le diga a una mujeres que no pueden hacer algo, siempre he visto que hay trabajo en equipo”, expone. “Saben reconocer y valorar que cada uno tiene sus fortalezas”.

Oyentes y consensos

Por otro lado, explica que en el sistema de toma de decisiones las mujeres con más experiencia reúnen a la cooperativa para buscar consensos. Por su lado, en las  reuniones los hombres acuden como oyentes.

Ese acompañamiento —puntualiza la experta— es distinto al de otras cooperativas pesqueras de la región noroeste, cuyos dirigentes asisten solos a las reuniones. “A pesar de que son ellas las que están al frente, los hombres también las están acompañando en estos procesos. Debe reconocerse el valor de que las mujeres están jugando un papel de liderazgo ante la autoridad. En ese punto  los hombres están reconociendo la habilidad que tienen para negociar”, refiere.

Uno de los principios estratégicos de los cucapás es no recibir ningún subsidio de dependencias oficiales a escala federal, estatal o municipal. “El gobierno no te va a dar un peso gratis, te lo va a dar porque quiere algo a cambio”, argumentan.

Desde la selva lacandona arribó en 2007 el Subcomandante Marcos, con una comitiva de los zapatistas, para acampar junto a los cucapás y cerrar la carretera Mexicali-San Felipe como protesta. Los rebeldes chiapanecos permanecieron en la zona durante dos meses e intercambiaron diversas enseñanzas.
Para Hurtado, el aprendizaje primordial fueron las estrategias pacíficas para exigir el cumplimiento de los derechos de los pueblos indígenas. “Si nos querían decomisar el producto [de la pesca], entonces nosotros íbamos y les quitábamos la embarcación detenida. Les cortábamos el mecate en el muelle, recuerda con entusiasmo”.
Los metodos de los zapatistas que aplicaron a sus propias circunstancias surtieron efecto, cuando el hostigamiento de las autoridades comenzó a diluirse para dar paso a las conversaciones, cuenta.

En mayo de 2007 la Comandanta Dalia emitió un comunicado en el portal zapatista, para resumir las cosas: “Ahorita ya cumplimos nuestro deber como mujeres zapatistas de estar con ustedes. Para que podían pescar, para que no les moleste el pinche gobierno (sic.)”, indicó.

Según López Sagástegui, detrás de esta lucha no sólo está la sobrevivencia como pueblo indígena. “Quieren seguir pescando porque son las mujeres y los hombres del río; es su cultura, es su pasado y quieren que también sea su futuro”, enfatiza.

Más de una década ha transcurrido desde que los zapatistas apoyaron a las cucapás en la defensa de su territorio y todavía se mantienen en comunicación. Se trata de coordinar, dicen, la lucha en el desierto y en la selva; entre el suroeste y el noroeste de México.
Doña Hilda considera que siempre alzaron la voz, pero con las lecciones zapatistas, se atrevieron a realizar otras acciones. Hoy, resalta, “son las mujeres cucapá las que alzan la voz para protestar”.

En el patio de su casa, está colgado un cuadro en un tablón, que doña Hilda Hurtado observa con sus ojos llenos de historia y recuerdos. Es la fotografía de un niño sonriendo dentro de una panga con una frase: “Abajo y a la izquierda: cucapás, quilihuas y zapatistas unidos en defensa de los pueblos originarios y de la madre tierra”.
*Iniciativa de Ciencia y Periodismo, dataMares http://datamares.org

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