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Atemorizados y preocupados porque los sismos de este fin de semana hubiesen generado nuevos daños en edificios, padres de familia dejaron la mañana de ayer a sus hijos en la escuela con el deseo de que las autoridades educativas revisen los edificios antes de reincorporar a los niños a clases.

Ayer el tema de conversación en el transporte público, en la fila para los tamales, frente al puesto de jugos fueron los sismos del fin de semana. Viajando en el Metro o esperando una torta de chilaquiles, el tema era el mismo: que si hay que estar más atentos, que si se esperan más réplicas. Hubo quien no lo sintió y otros más que no pudieron volver a conciliar el sueño. El sonido de la alerta sísmica se convirtió en pesadilla para una señora que viajaba en el Metro, y para otra, le implicó revivir el trauma del 19-S.

De los más preocupados eran los papás que llevaban a sus hijos a la escuela. En especial en aquellos planteles donde hubo daños, como el preescolar Bertha Domínguez y, también, de nivel preescolar, Antonio Vanegas Arroyo sobre el Eje 1 Norte.

De estas escuelas, 100 alumnos de tercer grado tuvieron que ser ubicados al Centro de Maestros Carlos A. Carrillo, en la Plaza del Estudiante en el Centro Histórico, en la zona de Tepito.

“Estoy preocupado. No sé cómo están las instalaciones, por eso no quería traerlo ahorita. El 19 de septiembre fue desesperante porque yo estaba trabajando y mi hijo estaba en la escuela. Me preocupé mucho porque en esta escuela donde los reinstalaron los niños están en tercero o cuarto piso”, contó José Alfredo Rodríguez, comerciante de 42 años, cuyo hijo fue reubicado en el preescolar Antonio Vanegas.

“No sé cómo está por dentro el edificio, si ha tenido mantenimiento. Me gustaría que las autoridades fueran más conscientes, sería mejor que revisaran primero cómo están los planteles porque el 19 [de septiembre] mucha gente se murió porque se volvieron a meter a los edificios y estos se derrumbaron”, expresó un poco consternado.

Desde muy temprano, sobre Reforma y Eje 1, padres acompañaban cargando las mochilas o llevando a paso veloz a los menores, para alcanzar a entrar a la escuela antes de que cerraran los planteles. Después de llegar a las escuelas, todo se traducía en preocupación.

El sentimiento es la “incertidumbre”, señaló Rosa María Rojas Vargas, ama de casa de 34 años, tanto por la situación en que se encuentran los edificios como por el retraso escolar que, percibe, están enfrentando los niños puesto que se les redujeron las horas de clase al pasar de una escuela de jornada ampliada, a una jornada regular.

Sus hijos, una niña de cuatro años y un bebé más pequeño, quedaron afectados tras el sismo del 19 de septiembre y, en esta ocasión que tembló nuevamente, ninguno de los dos pudo dormir o descansar por el temor de otro movimiento tectónico.

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