San José. – “Nosotras las niñas y jóvenes algún día seremos grandiosas mujeres. Y, por eso, merecemos crecer en un mundo donde podamos vivir libres y sin miedo. ¡Cuídanos! ¡Protégenos! ¡Valóranos! ¡Llénanos de amor puro! Trátanos como si fuéramos la flor más delicada. Porque recuerda: si no fuera por una mujer fuerte y valiente, no hubieras llegado a este mundo. Juntas somos el grito por las que ya no están”.

Los acentos en español— de México o Guatemala, de Venezuela o Ecuador, de Puerto Rico o República Dominicana, de Costa Rica o Colombia, de Perú o Chile —de un puñado de mujeres emergieron como rastros inconfundibles de un contundente mensaje de un video multinacional grabado por niñas y adolescentes convertidas en voceras improvisadas de una férrea defensa de los derechos femeninos en América Latina y el Caribe.

Las evidentes variaciones orales de las niñas y las adolescentes de uno u otro país se entrelazaron en un lenguaje común de repudio a los feminicidios, con una alerta contundente teñida de reproche que rompió fronteras y sobrepasó tonos vocales, razas, nacionalidades, edades y todo rasgo distintivo: “Juntas somos el grito por las que ya no están”.

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Aunque a cada una sólo le correspondió lanzar una parte de una proclama de organizaciones no estatales latinoamericanas y caribeñas de defensa de los derechos femeninos, quedaron reunidas en un clamor de apenas un minuto—sencillo y simpático—para demandar acabar con la violencia de género que terminó con un pedido:

“Queremos ser amadas y respetadas” #Niunamás #Niunamenos”.

Los ecos de estas y otras voces de mujeres infantes y adolescentes resonarán al recordarse, el próximo 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer.

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“Las niñas han tenido que presionar y se han visto obligadas a desarrollar actitudes de liderazgo”, aseveró la sicóloga infantil costarricense Sofía Torres , de la Comisión de Niñez y Adolescencia del Colegio de Profesionales en Psicología de Costa Rica.

“Las niñas son observadoras pasivas al ver como las mujeres adultas a su alrededor deben hacerse camino. En cambio, se convierten en observadoras activas cuando deciden que no quieren vivir esa realidad y levantan la voz por su futuro y la del planeta que van a recibir”, explicó Torres a EL UNIVERSAL.

“Al irse desarrollando, la niñez recibe constantes estímulos del entorno, aprende de lo que ve, de lo que escucha, de cómo es tratada, de las oportunidades constantes o limitaciones al explorar, opinar y tomar decisiones”, agregó.

Al insistir en que “lamentablemente seguimos replicando el patriarcado y escondiendo la voz de las mujeres”, puntualizó que “siguen siendo las principales figuras de cuido y gestoras del bienestar de las comunidades”.

“Esto las hace más cercanas del daño ambiental y de los efectos negativos en sus entornos y poblaciones más cercanas” y son “más sensibles a entender las deficiencias del sistema social”, destacó.

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Dulce , de 10 años e indígena maya guatemalteca, mencionó el contexto de su existencia en el departamento (estado) de Quiché, en el noroccidente de Guatemala. “En medio de las dificultades”, niñas y niños “tienen muchos anhelos para su presente y futuro”, relató.

De seguido, soltó un “pero” y aterrizó en la realidad: “Los fenómenos naturales que derivan de la contaminación ponen en amenaza la vida de la niñez”.

Cáterin , 10 años y también indígena maya guatemalteca de Quiché, se refirió a “las preocupaciones de las niñas en mi comunidad” en torno al clima “y la desigualdad” y su percepción de esos conflictos desde su etnia.

Al compartir sus sueños de que “las voces de las niñas sean escuchadas”, deseó “trabajar juntas por mejores oportunidades”.

Jacinta , de edad no precisada, en cuarto de primaria e indígena maya guatemalteca de Quiché, compartió las esperanzas esenciales de niñas y niños de su aldea en un rincón remoto y olvidado por siglos por las clases dominantes en Guatemala.

“Soñamos con un mejor hospital, más escuelas, mejores carreteras, un estadio de fútbol para caminar tranquilos”, narró, en una exposición mínima de un extenso menú de urgentes necesidades socioeconómicas para alcanzar una digna existencia.

Después, con inocencia infantil, estremeció con una frase que denunció un trasfondo de permanente violencia patriarcal en sociedades signadas por la marginación femenina: “Sueño también con que las niñas sean libres, que no sean explotadas ni violadas”.

Dulce, Cáterin y Jacinta son conscientes de que son originarias de una zona guatemalteca que, aparte de su legado como civilización maya, se convirtió en la década de 1980 en un crucial teatro del conflicto bélico de Guatemala, de 1960 a 1996, en unos mortales episodios de los que supieron por los relatos de parientes mayores y nunca los estudiaron en escuelas.

A las abuelas y los abuelos de las tres les correspondió vivir días de terror en esa región por las políticas militares de tierra arrasada.

Quiché estuvo entre los sitios más bombardeados del implacable despliegue castrense que se saldó con genocidio e interrumpió las ansias de “mejores” hospitales y carreteras”, “más escuelas” o estadio de fútbol para “caminar tranquilos”, amenazó “la vida de la niñez” y provocó que las niñas ni dejaran de ser “explotadas ni violadas” en los ataques militares.

Los tres testimonios retumbaron en octubre de 2022 en el Congreso de Guatemala en el Primer Parlamento de la Niña, que reunió a decenas de menores guatemaltecas, de 8 a 17 años, en el Día Internacional de la Niña, que se evoca cada 11 de octubre.

Las tres asistieron como portavoces de Generación Esperanza, campaña global de Save the Children , institución mundial no estatal de defensa de los derechos de la niñez.

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Generación Esperanza emitió en 2022 un reporte ante “las peticiones de los niños y niñas para afrontar la crisis climática y de desigualdad en América Latina y el Caribe”.

En el documento, del que EL UNIVERSAL tiene copia, niñas latinoamericanas y caribeñas se enfrentaron con denuncias, acusaciones, reclamos, reproches y lamentos al calentamiento global, el deshielo y las múltiples causas y secuelas de la crisis ambiental y climática mundial por la emisión de gases de efecto invernadero.

“El cambio climático es como un monstruo que nos destruye. Hay tormentas, huracanes, hace mucho calor y llueve mucho. No estamos cuidando el planeta, lo estamos llenando de basura”, describió una colombiana de 15 años.

“Si los manglares se ven afectados, no sólo estamos afectando a la naturaleza, sino también a nosotros mismos y a nuestra economía. Nuestra ciudad vive del ecosistema”, recalcó una colombiana de 17.

“El cambio climático también produce movilidad humana, y las personas migran. Es realmente preocupante la forma en que se ve afectado el derecho a la salud, especialmente por no disponer de agua potable”, señaló una salvadoreña de 16.

“El cambio climático pone en mayor riesgo a muchos niños y niñas, especialmente a los que tienen menos ingresos o menos oportunidades de librarse de los riesgos”, alegó una peruana de 11.

“El cambio climático afecta a las personas que cultivan y viven de la cosecha, ya que el clima puede tener cambios repentinos que limitan el acceso a una buena cosecha y por ello las familias no tendrían muchos alimentos esenciales (...) He visto a muchas personas con sus hijos viviendo en la calle, sin ni siquiera tener dinero para su comida y eso es un tema grave, y creo que nadie debería tener una infancia tan difícil”, puntualizó una peruana de 16.

“Somos los principales afectados, nos deben tener en cuenta a la hora de tomar decisiones”, planteó una peruana de 16.

“Es fundamental que el gobierno construya paneles solares para aprovechar los recursos naturales”, sugirió una mexicana de 12 años.

El estudio reveló que el número de niñez desplazada por inundaciones y tormentas aumentó y expuso a “niños y niñas a la violencia, la explotación y el abuso”.

“Se prevé que los niños y niñas nacidos en 2020 en la región experimentarán hasta 4,5 veces más olas de calor, 2,5 veces más pérdidas de cosechas y dos veces más sequías, en comparación con los nacidos en 1960”, anticipó.

Tras subrayar que “los riesgos climáticos afectan especialmente a los niños y niñas que ya están económicamente marginados y discriminados”, destacó que “las voces” de los menores “a menudo se dejan de lado”, pese a que unos 39 millones 100 mil niños y niñas de América Latina y el Caribe enfrentan “la doble amenaza” de miseria y “alto riesgo climático”.

“Si no se adoptan medidas políticas adecuadas y sólidas, estos niños y niñas se verán aún más sumidos en la pobreza a medida que los desastres relacionados con el clima sean más frecuentes e intensos en el futuro”, pronosticó.

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Las voces de las niñas y las adolescentes apuntaron a la prioridad de “promover” su participación protagónica en debates “y toma de decisiones”, explicó a este diario la estadounidense-británica Victoria Ward, directora regional de Save the Children para América Latina y el Caribe.

La labor se ejecutó con “espacios intergeneracionales” que incluyeron a niñas “de forma paritaria y horizontal”, para impulsar su presencia regional y global y ofrecerles “medidas de salvaguarda para que puedan participar de forma segura”.

La seguridad de las menores se instaló como factor “cada vez más importante dentro de los contextos polarizados que vivimos”, alegó, a sabiendas de que la muerte asedia a miles de mujeres y en fenómeno por el que, con los más variados acentos latinoamericanos y caribeños, unas niñas pregonaron que… “juntas somos el grito por las que ya no están”.

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