A inicios de 2012, Araceli González, Jorge Miranda y la única hija de ambos, Luz del Carmen, de 13 años, se quedaron sin casa. El que entonces era su casero les pidió que desocuparan el lugar sin muchos días de antelación. No tenían tiempo ni dinero para buscar algo más adecuado, así que buscaron de forma apresurada un lugar para rentar en la colonia Jardines de Morelos, en Ecatepec.

Encontraron alojamiento en una vecindad: un solo cuarto en medio de una decena de familias. Ahí, Araceli embutió la estufa pequeña, una mesa de cocina, una salita roja, la televisión y dos colchones que cada noche debían de acomodar uno junto al otro para irse a dormir.

Ni la construcción ni los vecinos eran realmente hospitalarios, pero era lo único para lo que les alcanzaba. Además, se sentían de alguna forma seguros, ya que años atrás, cuando Luz nació, la familia vivió varios años en esa misma colonia.

Jardines de Morelos se encuentra aproximadamente a nueve kilómetros (unos 20 minutos) de Los Héroes Tecámac. Es una colonia más antigua, de los años ochenta. Los anuncios que la promocionaban en aquel entonces vendían la idea de que se convertiría en una suerte de suburbio americano para los trabajadores de la Ciudad de México. Prometían agua y seguridad. La realidad es que escasean ambas. Prometían calidad de vida, pero el lugar se convirtió rápidamente en otra ciudad dormitorio, sin áreas verdes ni espacios seguros, para los trabajadores de la Ciudad de México que deben desplazarse por horas para cumplir con sus jornadas laborales.

En la temporada en la que la familia se mudó, Araceli asumía casi toda la carga económica. Su esposo, Jorge sufría problemas de adicción, así que ella sostenía a los tres. Pasaba el día entero cuidando casas y familias ajenas, en barrios igualmente ajenos, además de lejanos. Salía muy temprano por la madrugada para cruzar los 40 kilómetros y las dos horas y media de tráfico que la separaban desde el cuarto que habitaba en Ecatepec hasta la exclusiva zona de Tecamachalco, donde cuidaba a una persona enferma.

El jueves 12 de abril de 2012 no fue la excepción. Araceli ya estaba de pie a las cinco de la mañana cuando vio a su hija dormida, en el colchón de junto. Antes de irse la arropó y le dio un beso. No la despertó; era Semana Santa y no había clases. A las siete, Jorge preparó su cajón de boleador de zapatos y también dejó la casa. Cuando él se fue, Luz seguía dormida, pero a los pocos minutos la llamó para asegurarse de que no había dejado la estufa prendida. Con voz adormilada, ella dijo que no, que todo estaba bien; colgaron. Luego volvieron a hablar alrededor de las 10:00 de la mañana.

Después de esa hora todo son dichos, suposiciones. Algunos vecinos la vieron al filo del mediodía, sentada en las escaleras de la vecindad, llorando. Un niño de 11 años, vecinito suyo, se acercó a hablar con ella. Platicaron un rato y luego cada quien entró a su casa. Ella salió de nuevo a eso de las dos de la tarde para buscar a una amiga suya que vivía en la cuadra. No la encontró y regresó de nuevo a casa. No se sabe qué pasó entre las 20:00 y las 5:30 de la tarde, cuando Jorge llegó a casa. Encontró la puerta entreabierta y la televisión encendida. Las llaves de Luz estaban sobre la mesa; su suéter, sobre la cama; el cargador de su celular, donde lo dejaba siempre: colgado de un clavito en la pared. No faltaba dinero ni ropa ni cosas personales; sólo Luz, la ropa que vestía y su celular. Jorge le marcó, pero el teléfono estaba apagado.

Araceli y Jorge la buscaron con sus amigas y por la calle, sin éxito. Al día siguiente fueron al Ministerio Público de San Cristóbal, Ecatepec, para levantar la denuncia. Los agentes alegaron que, pese a tratarse de una menor de edad, la denuncia sólo se haría válida hasta que pasaran 72 horas de la desaparición; insinuaron que la hija no parecía tener 13 años, que, por el contrario, aparentaba más edad. “De seguro se fue con el novio a tomar unas chelas a Acapulco y regresa en tres días”, remataron.

Pero los padres de Luz no creyeron esta posibilidad. Tapizaron Jardines de Morelos y la colonia vecina, Lázaro Cárdenas, con volantes que ellos mismos imprimieron. “¿La has visto? 13 años de edad, 1.65 de estatura, tez morena clara, ojos grandes. Señas particulares: acné en la cara y un lunar en la nariz”. La fotografía que acompaña el volante, y que se replicó durante los siguientes cinco años, muestra a una niña de cara redondita, nariz pequeña, reprimiendo una sonrisa y mirando con ojos vivaces a la cámara. Era alta, grande y llamativa. Como su madre, Araceli.

En los volantes pusieron como referencia el teléfono celular de Jorge, pero las amigas de Luz pensaron que sería más fácil que alguien se animara a marcar si se trataba de un teléfono fijo, así que los quitaron e hicieron unos nuevos, esta vez con los teléfonos de sus casas particulares.

Pasaron los días y los judiciales insistían en la hipótesis de la escapada a Acapulco. Pero el novio de Luz, un chico de su edad y de su escuela, se encontraba en casa y no sabía nada de ella. Entonces la familia quiso hablar con el niño que se acercó a Luz cuando lloraba. Éste, asustado, les dijo que no sabía nada, y sus padres dijeron que su hijo no tenía nada de qué hablar, así que les prohibieron interrogarlo más. Luego hablaron con los vecinos y Araceli comenzó a desconfiar de uno en particular: un hombre de unos 50 años que vivía justo frente al cuarto de los Miranda González, que miraba con lascivia a las niñas, su hija incluida, y era amigo de policías.

En la vecindad decían que tenía burdeles en el cerro de Chiconautla. Bueno, no exactamente burdeles, sino cuartitos improvisados con niñas a las que mantenía drogadas contra su voluntad.

El cerro de Chiconautla tiene varias particularidades que lo hacen de extremo interés. Fue tomado por paracaidistas hace unos 20 o 30 años y durante mucho tiempo no tuvo acceso a servicios ni a seguridad. De hecho, en la actualidad sólo cuenta con tres o cuatro policías, no más.

Es un lugar al que no sube nadie que no viva ahí, pues no es un sitio para pasear. Además de ser un lugar “sin ley”, tiene una división administrativa caótica; el terreno pertenece a tres municipios: Ecatepec, Tecámac y Acolman.

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