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Los tíos de Antony, el niño que a sus cuatro de edad fue maltratado, torturado, encadenado, secuestrado y luego rescatado en junio de 2017 de una casa en la alcaldía Gustavo A. Madero, fueron sentenciados a 50 años de prisión cada uno, por secuestro agravado.

Además, cada sentenciado deberá pagar una multa de 301 mil 960 pesos y por concepto de reparación del daño, 29 mil 664 pesos, según el fallo de los jueces integrantes del Tribunal de Enjuiciamiento.

Durante el juicio, el Ministerio Público demostró ante los jueces que los tíos de Antony lo mantuvieron secuestrado, causándole daño de diversas formas, desde mantenerlo desnudo hasta encadenarlo con la intención de que no pudiera salir del sitio, sin alimentos ni agua.

Se validó el delito de secuestro agravado, toda vez que la conducta delictiva de ambos se ajustó a lo previsto en la Ley General para Prevenir y Sancionar los Delitos en Materia de Secuestro, en cuanto a que causaron daño a la víctima, obraron en grupo de dos, lo perpetraron contra un menor de edad y, además, con vínculos de parentesco, siendo ella hermana del padre del niño.

En la audiencia efectuada el pasado 10 de enero, el tribunal emitió su fallo condenatorio; posteriormente, el día 17, se realizó la audiencia de individualización de sanciones y reparación del daño, y hoy se verificará la audiencia de explicación de sentencia.

A mediados del junio de 2017, EL UNIVERSAL dio a conocer la noticia de las condiciones en las que vivía Antony en casa de sus tíos, en la colonia Gabriel Hernández, en Gustavo A. Madero.

Gracias a diversas denuncias ciudadanas, las autoridades de esa alcaldía acudieron a corroborar la información e ingresaron al domicilio con la ayuda de elementos policiacos.

En un sótano encontraron al menor encadenado, desnutrido y con huellas de tortura, sobre su espalda y hombros apagaban cigarros. En esa ocasión sus tíos argumentaron que lo encadenaban porque era muy inquieto y se portaba mal.

Antony es hijo de padres divorciados, su madre lo abandonó y lo dejó a cargo de su papá, Pascual Castro, inmigrante en San Diego, California, y quien desconocía la vida que tenía su hijo aquí, “se lo deje encargada a mi hermana pensando que iba a estar en buenas manos, es su misma sangre”, comentó.

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