Único país de Europa occidental en el listado de diez países con peores hábitos alimentarios en el mundo, Bélgica lucha contra la comida chatarra , pero tiene a las papas fritas como patrimonio nacional.

Fritas en dos tiempos en grasa de vacuno, las papas acompañan las recetas más tradicionales de la culinaria belga , como los mejillones con papas fritas o la “carbonade”, un estofado de ternera cocinado con cerveza.

Pero también son servidas como “snacks” en las calles, por lo general acompañadas de una generosa porción de salsa a base de mayonesa y en conos de papel, de manera que puedan ser degustadas fácilmente de pie.

Es raro encontrar una ciudad belga que no tenga su puesto de papas fritas , las llamadas friterías, en la plaza central o vecino a la estación de trenes.

Esos locales son la opción de muchos trabajadores a la hora del almuerzo, tanto por la tradición de las papas fritas como por la practicidad y el bajo costo del almuerzo.

“En general, piden una ración de papas, dos o tres tipos de salsa y dos “fricandelle” (una especie de salchicha frita que contiene potenciadores de sabor y conservadores). Gastan ente cinco y 10 euros (entre seis y 12.30 dólares) y salen bastante satisfechos”, comentó a Notimex Gérard, propietario de una fritería en el centro de Bruselas.

Una comida del día en Bruselas cuesta en promedio 15 euros (unos 18.4 dólares).

El menú contribuye para la clasificación de Bélgica como tercer lugar en un listado de países donde se come mal , elaborado por investigadores de la Universidad de Cambridge , en Reino Unido, en 2015.

Bélgica

sólo tiene mejor resultado que Armenia y Hungría, de acuerdo con el estudio, publicado en la revista especializada Lancet Global Health bajo la dirección del doctor Fumiaki Imamura.

Los datos del Ministerio de Salud belga lo corroboran: en 2016, un 56 por ciento de la población comía demasiados alimentos grasosos y uno de cada cinco niños de entre dos y 17 años tenía sobrepeso.

Pero el problema no reside sólo en las papas fritas , símbolo y orgullo nacional, que los belgas presumen de haber inventado.

Según el Ministerio de Salud, las bebidas azucaradas, dulces, galletas, pan y pasteles responden por el 47 por ciento del aporte diario de energía de los niños belgas de entre tres y cinco años de edad y por el 60 por ciento entre los adolescentes de entre 14 y 17 años.

Para cambiar esa realidad, el gobierno lleva años discutiendo una posible prohibición de instalar máquinas repartidoras de ese tipo de alimentos en las instalaciones escolares, desde guarderías hasta universidades.

Los planteles escolares concentran en la actualidad el 14 por ciento de todas las máquinas autorizadas en el país.

Sin la aprobación de la medida, los legisladores han optado, de momento, por una recomendación de retirada voluntaria, pero hasta hoy sólo cuatro escuelas en todo el país la han seguido.

Una nueva iniciativa fue implementada esta semana por el gobierno de la federación Valonia-Bruselas, que engloba la parte francófona de Bélgica: un proyecto piloto de reparto gratuito de menús sanos en las escuelas maternales (jardín de infancia) dirigido al público desfavorecido durante los dos próximos años.

Unos cinco mil niños serán beneficiados por el programa, que cuenta con un presupuesto anual de dos millones de euros (unos 2.4 millones de dólares).

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